Los que quedan reconocen que eran cuatro gatos. A la muerte de Franco, la nómina de militantes del PSOE en Galicia estaba muy por debajo, a años luz, de la afiliación del Partido Comunista, de la Upegá (germen del Bloque) o incluso del Partido Socialista Galego, liderado por Xosé Manuel Beiras. Uno de aquellos pioneros era Salvador Fernández Moreda, economista, originario de Foz y afincado en A Coruña. A día de hoy es el único que sigue políticamente en activo del ramillete de jóvenes y no tan jóvenes que ayudaron a Felipe González y Alfonso Guerra a dotar al nuevo socialismo de una mínima infraestructura en tierras gallegas con la que afrontar las primeras elecciones generales libres de la Transición, las de junio de 1977. Moreda fue diputado en aquellas primeras legislaturas.

Su primer escaño lo heredó don Salvador de Francisco Vázquez, cuando este decidió optar a la Alcaldía coruñesa. Desde entonces, y hasta hoy, nunca dejó de ocupar cargos representativos o de gestión, amén de orgánicos dentro de su partido. Por momentos simultaneó varios de ellos, en distintas instituciones, en A Coruña, en Compostela o en Madrid, aunque siempre bajo los siglas socialistas y en perfecta sintonía con la correspondiente dirección federal y regional del PSOE. Amén de un resistente, es un consumado maestro en eso de nadar y guardar la ropa. Es probable que su carácter dialogante y de consenso le haya ayudado a entenderse con tirios y troyanos.

Tras ser descabalgado de la listas municipales de mayo por el grupo de Mar Barcón y perder el control de la ejecutiva provincial del Pesedegá, Moreda se quedó a la intemperie, sin cargo ni sueldo público alguno. Estos días trascendió su designación como asesor de la Valedora do Pobo, con una retribución anual bruta de casi sesenta y dos mil euros (más que un conselleiro de la Xunta). Le propuso para el puesto el adjunto, su compañero de partido el vigués Pablo Cameselle, cuyas funciones equivalen a las de los antiguos vicevaledores. Siendo Cameselle un hombre de Abel Caballero, resulta aún más sorprendente el fichaje de un herculino tan significado como el hasta bien hace poco líder de los socialistas en la provincia de A Coruña.

Es alguno de los grupos enfrentados a la dirección del PSOE coruñés la que difunde interesadamente la noticia del nuevo destino político de Salvador Fernández Moreda, junto a Mar Barcón las bestias negras de los críticos, que siguen reclamando infructuosamente una renovación a fondo del partido, que arrumbe de una vez en el baúl de los recuerdos a la vieja guardia que se perpetúa sin solución de continuidad desde los años dorados del vazquismo. En esos sectores disidentes el cabreo es mayúsculo, aunque también en la dirección regional se han escuchado voces disconformes con este tipo de recolocaciones, que siempre chirrían, pero más aún cuando se pretende dar respuesta a quienes desde la propia socialdemocracia reclaman también romper amarras con la vieja política.

Desde fuera del PSOE, aunque por distintos motivos, también se ve como anómala una designación como esta, en la que el asesor tiene más bagaje, experiencia, talla política y notoriedad que el asesorado. En el fondo se trata de un uso perverso de una figura pensada para perfiles técnicos y de expertos en distintas materias, que aportan al cargo o representante público con el que colaboran los conocimientos especializados que precise para fijarse criterios, establecer estrategias o tomar decisiones. Por desgracia es algo muy extendido esto de que el político se acabe rodeando de mantenidos, paniaguados o notables del partido que quedaron descolocados, en lugar de consejeros rigurosos y cabales. El problema es que somos los exprimidos contribuyentes quienes pagamos a la par que sufrimos tan normalizado despropósito.