La idea del alcalde Ferreiro de replantearse la financiación del puerto exterior a partir de un "debate sereno" y sin apresurarse, no es nueva. Figura expresamente en el programa electoral de la Marea y ya fue puesta más de un vez sobre el tapete. Aún así esta vez ha levantado una auténtica polvareda política y mediática. Partido Popular y PSOE, que para algo son los padres de la criatura de la macrodársena de punta Langosteira, se le echaron encima en cuanto tuvieron noticia de que el regidor había sacado este espinoso asunto a relucir en un almuerzo informativo de Nueva Economía Fórum, en Madrid. Una vez más le acusan de hablar mal de su ciudad, de no ser consecuente con el cargo que ocupa y, en resumidas cuentas, de una especie de leso coruñesismo. Acusaciones que, por reiteradas, al destinatario ya casi ni le afectan.

Ferreiro vino a decir en el foro madrileño que el puerto exterior bien podría figurar entre esas grandes obras públicas, de más que discutible justificación, que proliferaron como setas en otoño por toda la geografía española, con la inercia del bum inmobiliario, en los años de las vacas gordas. De algún modo situó el superpuerto al mismo nivel que el polémico aeropuerto de Castellón. Por aquello de la proximidad, también podría haberse referido a la compostelana Cidade da Cultura, pero no lo hizo, tal vez porque hablaba en Madrid y en el imaginario del cogollito político-empresarial de los madriles -por suerte, si se quiere, para la imagen de Galicia- el complejo del Gaiás no figura en el top ten de los despropósitos faraónicos.

La cosa está clara. Si fuera por la Marea, y por lo que hay detrás de ella, nunca se proyectaría un puerto exterior en Arteixo, a pocas millas de Caneliñas, en Ferrol, que acoge otra infraestructura similar con la que compite. Y, si planteaba construir una nueva dársena, no debería ser en ningún caso a costa de liberar del dominio público los actuales terrenos portuarios coruñeses para construir en ese suelo viviendas, hoteles, oficinas o zonas comerciales. Nada de propiciar un gran pelotazo urbanístico -otro más- con el pretexto de que la Autoridad Portuaria consiga los muchos millones de euros que tiene comprometidos para costear las instalaciones de Langosteira.

En reiteradas ocasiones, Ferreiro y los suyos aclararon que son tan partidarios como el que más de alejar la actividad portuaria del corazón urbano, así como de eliminar los riesgos que para miles de coruñeses comporta la red de oleoductos y las molestias de todo tipo que se derivan del trajín, constante, insalubre y peligroso, de ingentes cantidades de graneles sólidos que entran, salen y se manipulan en los actuales muelles de carga. Ahora bien, desde el entorno de la Alcaldía advierten que además del frente que hoy gobierna María Pita, hay otros varios y nutridos sectores políticos y sociales partidarios de revisar el convenio de 2004 que vincula la viabilidad de la obra del puerto exterior con un determinado aprovechamiento de la parte de la fachada marítima que ocupan las instalaciones portuarias que quedaran en desuso. Los únicos que defienden que el convenio debe ir a misa tal cual son populares y socialistas, y los grupos de presión que quieren repartirse el botín.

El alcalde Ferreiro no es el único que tiene el convencimiento de que, ministros aparte, ninguno de los sucesivos responsables de Puertos del Estado, tanto a nivel técnico como político, creyó de verdad en la rentabilidad final de una inversión tan abultada como la de Langosteira, de unos seiscientos millones de euros. Su construcción, no hay que olvidarlo, fue el proyecto estrella de aquel Plan Galicia con el que se pretendía compensar a esta comunidad por los daños y perjuicios de la catástrofe del Prestige. Dicen que el compromiso se lo arrancó a Aznar el alcalde Paco Vázquez, a cambio de arropar con el calor de su aureola a aquel gobierno de España y a la Xunta de Fraga que parecían haber quedado a la intemperie. Fue decisión una decisión discrecional, a bote pronto y en caliente. Como a caballo que se creía regalado, nadie se paró a mirarle el diente. Y resultó ser un regalo un tanto envenenado. Y de un veneno con efecto retardado.