Fui con la mejor intención del mundo a dar limosna a una pedigüeña arrumbada en el acceso al parking. Vano intento porque, como airada, retiró el cacillo. Quedé cortado y no tuve arrestos para preguntarle por qué ese rechazo. Pensé luego que, quizás, al ver el color cobrizo de la moneda de 5 céntimos que llevaba entre los dedos, pudo sentirse como ofendida. Hablando de lo sucedido, alguien me argumentó que a lo mejor quien controla a la mendiga la atiza si llevan moneditas de céntimos y no euros, pues sabido es que hay mafias que las explotan. ¡Vaya estímulo! Lo comenté también con otro colega quien rápidamente conectó con el año jubilar de la misericordia recién proclamado por el papa Francisco, en pro de dar algo más que céntimos a los que piden por las calles; me explicó que él procura tratarlos con humanidad, saludarles, sonreírles, incluso darles si se tercia algo que ellos ni esperan ni conseguirían normalmente, por ejemplo un caramelo, un bombón, una revista antigua si les gusta leer. La verdad es que me hizo mella lo que iba diciéndome este colega al que ingenio y recursos no faltan. Tanta mella me hizo que aquí lo expongo para provecho de todos.