Entre los resultados de 2011 y los sondeos de ahora hay tales diferencias que, si estos se cumplen, habrá un terremoto de fragmentación en la política española. Hay, por eso y como nunca, preocupación en millones de electores y alegría en otros tantos. En una legislatura difícil como pocas Rajoy exhibe un balance económico que aplauden las autoridades europeas animándole a seguir en esa línea y un balance positivo de su gestión política, paciente, hábil y firme con el reto independentista, el más grave problema político desde el golpe de Tejero en 1981. La falta de cooperación del PSOE en la adopción de las obligadas medidas ingratas y el mantener unido y hegemónico a su partido en el espacio de centro derecha español añade méritos a su andadura presidencial. Rajoy promete continuidad. El demérito, sin duda, la corrupción interna por la que, aún con tardanza y titubeos, ha pedido perdón reiteradamente. Que no sea exclusiva de su partido sino un vicio secular de la sociedad española de la que los partidos son reflejo y que durante su mandato se descubrieran y juzgaran los escándalos, no ha evitado que la opinión publicada haya señalado casi en exclusiva a su partido como culpable. El reto de Rajoy es recuperar a los millones de votantes de 2011 que le castigaron abandonándole en las últimas europeas, locales y autonómicas, irritados por la corrupción y por no emplear su mayoría absoluta con mayor contundencia en asuntos como la reforma de la administración, la laboral o la política territorial. De que esos votantes consideren suficiente el castigo y entiendan que, pese a las decepciones, nadie mejor que Rajoy para defender sus intereses, dependen sus resultados y el interés general. El otro pilar político del sistema, el PSOE, no está en su mejor momento. Problemas de liderazgo, debilidad en diversos territorios y un exceso de radicalidad en la oposición están, creo, en el origen de sus expectativas poco optimistas. Acosado por la izquierda por Podemos e incapaz por su propia intransigencia de recuperar a los millones de votantes moderados de otros tiempos, el PSOE lo tiene difícil y eso no es bueno para el sistema. Su empeño en la confusa reforma federal y en derogar muchas de las medidas de Rajoy aplaudidas en la UE, completan un cuadro preocupante. Lástima que los mensajes moderados y pactistas de Felipe González no tuvieran eco.

Podemos no tiene organización pero sí un liderazgo fuerte, astuto y personalista que ha suavizado sus mensajes en un año sin que su gente le pase factura. Ni Tsipras ni Chávez. Esa es su suerte y el rasgo más relevante de sus votantes. Quieren derribar a

Rajoy sin importarles que Iglesias haya dulcificado sus propuestas hasta hacerlas viables dentro del sistema, al modo de la socialdemocracia. Su ventaja es que vienen limpios porque son de otra pasta o porque no han experimentado la gestión y la toma de decisiones. Ya se verá. Su desventaja, dicen que ilusionante, es la suma de un exceso de confusión en los diagnósticos, la mucha improvisación en los remedios y la variedad de siglas que alberga. Consecuencias de la falta de organización. Podemos está en estado de gracia y es positivo para el sistema, aunque malo para el PSOE arrepentido ahora de sus cesiones de poder local y autonómico, que hayan arrinconado la radicalidad. Si entra en el gobierno será bueno para todos, no sé si para los suyos, que al joven Iglesias del sí se puede que prometía la luna le suceda un Iglesias del a ver que se puede, que trate de conseguirles un trocito de tierra. Bienvenida sea su moderación. La que el sistema requiere. Y, en fin, Ciudadanos, que ha mantenido la incógnita sobre el día siguiente, puede pagar su arriesgada afición al misterio. Vayan ustedes a votar. Feliz Navidad.