L a discutible remodelación de la Avenida de La Marina, abierta recientemente al público, ha constituido uno de los acontecimientos urbanos (y urbanísticos) del pasado 2015. La mejora quedará completa con la apertura del túnel del Parrote, pendiente, más por problemas personalistas que de fondo, indicativos del imprescindible diseño de la fachada marítima, cuya solución final ha de ser funcional y estética. La Avenida de La Marina es la postal representativa por excelencia de La Coruña, el lugar de convivencia, donde la ciudadanía y el callejeo tienen como signo la cortesía; donde el Atlántico determina nuestra personalidad. El arribo frecuente de trasatlánticos, hasta el mismo centro urbano, le otorga a la zona cierto refinamiento estético. Lástima que, suspicaces como la gastritis, Ayuntamiento y Autoridad Portuaria hayan impedido la apertura del subterráneo, enquistada, repetimos, en pretextos virtuales que el sentido común bastaría para superarlos. La Marina es inseparable de la Zona Obelisco, donde se mantiene incólume la Calle Real, cosmopolita, calle del mundo, que concita la espera y la conversación de los coruñeses. La ciudad resiste la mudanza en el nomenclátor, pero se parchea en su abanico de tradiciones. La Coruña ofrece, en la calle de todos, la imagen coincidente con el recuerdo o la expectativa, no con la mutación vertiginosa de lo real. Pasear por La Marina es mirarse en el espejo atlántico, alejado del aturuxo a destiempo, y recordar el inolvidable personaje de Cebreiro en sus celebradas viñetas periodísticas. Rapaz, ti que vas a ser cando medres / ¿Eu? Fogueteiro nas festas.

Otrosidigo

Sugerimos a D. Xulio un paseo en automóvil, desde la Plaza de Orense a Puerta Real. Sí su eje vertebral no se resiente, seguramente no se le congelará el pesimismo y la nostalgia. Los soportales de La Marina mantienen su originalidad, como testigos del espíritu extravertido de los coruñeses que, desde hace añares, callejean su hospitalidad y cercanía, ajenas a cualquier demasía.