Confieso que encontrar inspiración para el artículo de hoy ha sido fácil. Y es que basta asomarse a la costa de Dexo, recorrer sus acantilados bajo la mirada atenta del ojo vigilante de la Torre de Hércules, observar cómo las imponentes olas rompen llenas de energía contra La Marola y notar toda la fuerza telúrica allí concentrada, para entender lo importante que es la paz y la armonía, y lo nimios, insignificantes y hasta grotescos que resultamos nosotros y nuestra petulante presencia sobre la faz de la Tierra.

Ese mismo ejercicio se podría practicar en miles de lugares diferentes, que producen esa misma sensación de sinfonía única y magistral en la que toman parte cada uno de los elementos de la naturaleza. Una realidad que constituye un antídoto certero contra la codicia, artífice de buena parte de nuestros problemas, y que suele estar en la base de todas aquellas situaciones en las que se perturba la paz. Esto es así desde el principio de los tiempos -de nuestros exiguos tiempos como humanos, no de los tiempos con mayúscula de la Madre Naturaleza- y así, por lo que parece, sigue hoy siendo. Si hacemos un repaso rápido de las crisis más amargas con las que nos sobresaltan los teletipos, en todos los casos hay una explicación económica, y los esfuerzos de algunos grupos de interés para que o las cosas sigan como están, o para arrimar el ascua a su sardina. Así las cosas, hemos fabricado verdaderos infiernos donde la vida es hoy imposible, siempre con una causa crematística objetiva como desencadenante o agravante de tal desaguisado. Y sí, con mirar para otro lado se evita, casi siempre, tenerlo presente.

Vivimos en un mundo bello, complejo y sofisticado de por sí, lleno de incontables incógnitas a las que es muy difícil una aproximación racional de cierta calidad aún hoy. Un mundo de perfectas simetrías en las que nuestra Física apenas ha conseguido hincar el diente. Participamos de una realidad verdaderamente estimulante, que parece de cuento o de fábula, y que no deja de sorprendernos y de darnos razones para estar vivos. Y tenemos la suerte de disfrutar de un contexto que nos incita a la cooperación y a una vida más coral y en común, que prime lo experiencial sobre lo meramente pecuniario e individualizante.

Sin embargo, basta un vistazo a las noticias para caer de la burra y ver que algo no funciona y que, cada vez, hace que nos aislemos más, vivamos más infelices y que la vida se nos escape casi sin disfrutarla. La brecha de oportunidades y bienestar entre unos y otros es cada vez más grande aqui y en todas partes, y en muchos lugares el simple ejercicio de intentar vivir cada día llega a hacerse insoportable. Las noticias que nos llegan de Siria, Iraq, Afganistán, algunos lugares de África o realidades enquistadas en América destilan violencia y sufrimiento humanos. Y, tantas veces, aquello que mal iba no deja de mostrarnos esa misma dura cara año tras año, lustro tras lustro y década tras década.

Es por eso que, en días como hoy, 30 de enero, volvemos a traer a colación la importancia del trabajo por la paz y la no violencia, a todos los niveles. Y, fundamental y a largo plazo, en la escuela. Y es que hoy es el DENIP, Día Escolar por la Paz y la No Violencia, en el que hemos recalado yo creo que todos los años desde que comenzamos estas letras. Porque, aunque pase el tiempo, no deja de evidenciarse como clave el educar a las generaciones futuras en hábitos cooperativos, objetivos de paz y de concordia, y deseos de tiempos mejores en clave de paz y erradicación de esa lacra que se lleva vidas humanas y nos hace peores y más desesperanzados: la violencia.

Yo creo que hay mucho margen para actuar en pro de esos valores, que implicarían desterrar mucha promoción de la violencia de nuestro imaginario colectivo. Hoy nuestros niños y adolescentes matan virtualmente, con profusión de sangre, en mil videojuegos, tienen a su disposición docenas de canales de televisión que muestran todo tipo de violencia, y los valores basados en la contención, el respeto en el trato a las personas y en la admiración por la armonía y la paz son poco tenidos en cuenta. En la escuela se pueden trabajar algunas conductas y bastantes conceptos, pero es necesaria la implicación de madres y padres, y del entorno social, si verdaderamente queremos permear a las generaciones futuras otras fórmulas de convivencia mucho más basadas en el amor, la serenidad, la paz y el sosiego. Creo firmemente que ese es un primer paso para desterrar las grandes violencias, las que tienen que ver con decisiones políticas y estratégicas de los Estados, y las que enquistan procesos que siguen destruyendo hoy sonrisas, vidas y oportunidades en el mundo entero.