Cuando me senté a escribirte, querida Laila, me acordé de Mac. Es un perro muy guapo, como tú dices, y sé que te sientes mal cuando le dan esas convulsiones por su epilepsia. Al parecer una enfermedad a la que son propensos los "labradores". Se me vino a la cabeza cuando leía la noticia de la nueva amenaza de crisis por el comportamiento de China, la deriva de la banca italiana, del Deutsche Bank y otras cuevas de Ali Babá. Esto no es otra crisis, pensé, es otra convulsión de la misma crisis permanente que venimos arrastrando desde Dios sabe cuando. Es una convulsión como las de Mac, para el que la verdadera crisis es su epilepsia incurable. La crisis solo desaparecerá cuando muera el perro. Como la rabia. Mientras tanto lo que sufrimos son convulsiones financieras sucesivas que nos van matando. Son convulsiones y las llamamos crisis, pero la enfermedad está irreversiblemente ligada al sistema financiero mismo. Sistema financiero al que, si hay que ponerle una fecha de nacimiento, puede adjudicársele la de la "revolución" neoliberal del último tercio del siglo XX que acabó con las reglas y controles sobre los mercados financieros globalizados. Es una economía epiléptica que no tiene cura y a la que los gobiernos solo pueden aplicar paliativos a los dolorosos espasmos de cada convulsión periódica. Llegará el momento, y se está acercando, en que la única alternativa será sacrificar al perro. Claro que en el caso de Mac, que es un perro hermoso y bueno, debemos retrasar lo más posible su muerte, mientras que con el sistema financiero neoliberal vigente, cuanto antes matemos al perro mejor.

Ahora mismo, querida, los indicadores bursátiles y de las primas de riesgo nos anuncian los primeros síntomas de una nueva convulsión global que nos puede volver a sumir en nuevos espasmos y contracturas hasta echar espuma por la boca. Será otra vuelta de tuerca a nuestro ya deteriorado estado de salud y a nuestro precario estado de bienestar. Porque aquello de que hemos mejorado desde nuestra última convulsión es rotundamente falso. Eso de que hubo restablecimiento, es decir, crecimiento, solo fue una verdad a medias o, lo que es lo mismo, una gran mentira. Creció nuestra economía, dicen, como ninguna en Europa, según algunos datos macroeconómicos. Y puede ser cierto, pero también lo es que crecieron muchas más cosas al mismo tiempo: como la desigualdad y la pobreza, las listas de espera en la sanidad y el deterioro de nuestra educación o el abandono de las personas dependientes. Creció la precariedad laboral, la desprotección social de nuestros parados y el desfalco de la hucha de las pensiones en nuestra seguridad social. Desfalco, porque el Gobierno se atrevió a utilizar, si no a despilfarrar, un caudal que no era suyo y que tenía la obligación de preservar y custodiar. Crecieron también la deuda y el déficit públicos, como hasta Rajoy reconoce ya, a pesar de que la gran coartada que se esgrimió para imponernos los recortes era precisamente la disminución del déficit y de la deuda. Un timo, que eso es quitar con engaño.

Seguramente, amiga mía, tendremos que abordar esta nueva y violenta convulsión de la eterna crisis desde este estado de debilidad social, bajos de defensas y además tratando todos, o casi todos, de escapar a un debate político que nos fortalecería pero que se intenta falsificar y envilecer con recursos y señuelos, que van desde la caza del titiritero a la amenaza del lobo que viene. Por eso te digo, querida, que este puede ser el año del conejo. No en el sentido del horóscopo chino, sino en el de Tomás de Iriarte, que sabiamente nos advierte de como se nos puede echar la jauría encima mientras discutimos si son galgos o podencos.

Un beso.

Andrés