Dicen, querida Laila, que la esperanza es lo último que se pierde, pero creo que también es lo primero que renace cuando uno decide enfrentarse a la desgracia y no dejarse ir. Algo así sucedió a millones de españoles, duramente castigados por la nefasta gestión de una crisis económica que, en el fondo y en las formas, se abordó con los mismos criterios y principios que la habían provocado. Así fue como una mala situación se convirtió en oportunidad para provocar una reacción colectiva que cristalizó en política e hizo renacer la esperanza entre la multitud de los castigados, que sintieron llegado el momento propicio para "asaltar los cielos". ¿ Te suena? Sue sueña entonces con un tiempo de ebullición que se prevé muy corto al ver cómo se va acumulando con celeridad el calor en la marmita. Todo parecía indicar que el hervor llegaría muy pronto y que sería posible alcanzar rápidamente el grado de cocción que los alimentos necesitan, pero pronto se comprueba que el hervor tarda más de lo esperado en llegar y que, por otra parte, no bastará un hervor para lograr el cocinado necesario de un buen plato o al menos de un plato tragable, dada la diversidad y distinta dureza de los alimentos a cocinar. Y yo creo, querida, que esta es, un poco, la situación de todos aquellos en que renació la esperanza cuando pusieron al fuego de la crisis la olla del cambio con las cosas de comer.

Tras las elecciones del 20-D, la olla está al fuego pero tarda en empezar a hervir y, lo que es más problemático, ya se presiente que el tiempo de ebullición necesario va a ser bastante más largo de lo previsto. Es decir, que ha sido posible comenzar el asalto a los cielos pero que tomarlos llevará su tiempo; que solo se ha logrado la conquista de importantes posiciones pero que posiblemente estemos abocados a una guerra de posiciones que obliga a una prolongada estancia en las trincheras procurando el desgaste del enemigo que tiene mayor capacidad de resistencia de lo previsto. Las llamadas fuerzas del cambio están ahora, pues, en un momento de cierta perplejidad, tanto por haber abierto y propuesto expectativas desproporcionadas que han servido para movilizar y hacer renacer la esperanza pero no para evaluar correctamente la situación, como porque la capacidad de resistencia del adversario es mayor, su entramado de poder es más complejo y, sobre todo, porque el campo de batalla y el espacio a conquistar es más extenso y enmarañado de lo que se estimó y se anunció en el momento de llamar al asalto. Es decir, el bipartidismo está tocado pero no hundido; la querencia neoliberal todavía es muy fuerte; la política aun no se ha emancipado de la economía financiera; y el campo de batalla no es solo España, sino también la Europa que hoy dominan los mercachifles. El principal peligro, pues, para los asaltantes es, en este momento, la desmoralización y el infanticidio de la esperanza renacida. Desmoralización que estimulan con tesón y desfachatez las fuerzas del orden establecido resistentes al cambio, porque le ven las orejas al lobo y tienen miedo.

Toca ahora a los asaltantes asumir y reconocer la complejidad y la duración del conflicto, así como la evaluación justamente positiva de las posiciones alcanzadas. Aunque no han ganado todas las batallas, sí han cambiado la dirección de la guerra y sobre todo han logrado establecer que sin los cambios que se proponen no será posible Europa ni siquiera España. Los harán unos u otros o en más o menos tiempo, pero los cambios se impondrán, dado que del otro lado no existen ni existirán soluciones, ni siquiera salidas a las necesidades y problemas objetivamente planteados. Y esta, querida, es la cuna en que se mece la renacida esperanza.

Un beso.

Andrés