Empiezo, después de darles los buenos días, confesándoles que soy de las personas que tienen un sitio de referencia bastante fijo para cada uno de sus tipos de compra. Y, a pesar de que hace ya muchos años que me alimento sobre todo de vegetales y de derivados de los mismos, les diré que tengo una tienda habitual en la que me surto, muy de cuando en cuando, de carne. Y otra, a la que voy bastante más asiduamente, en la que compro pescado. En realidad se trata de un puesto en un pequeño mercado tradicional. Allí me siento bien tratado, como persona y como cliente, y las mercancías que me llevo a casa siempre colman mis expectativas en todos los aspectos.

Mi pescadero y su cónyuge tienen este pequeño negocio en el mercado, así como otro en una localidad próxima, en el formato de tienda individual. Sinceramente, valoro mucho sus esfuerzos por tener una mercancía verdaderamente buena a un precio contenido, por tratar de cuadrar los números después de cada jornada y por tener la suficiente fuerza mental y física para levantar cada día la persiana a pesar de los pesares, de las crisis reales y de las ficticias, y de las dificultades de todo tipo para poder seguir adelante. Algo que es común a todos los pequeños comerciantes, gremio en el que se ha cebado especialmente no sólo la situación económica adversa de los últimos años, sino el advenimiento de un nuevo modelo de comercio, basado en enormes superficies auspiciadas por inversores ajenos al negocio, y donde la figura de mi pescadero o de mi frutero se ve sustituida por trabajadores asalariados. Ya les he dicho más veces que yo soy de los que creen más en una sociedad donde se le compra el pescado a Antonio, el pan a María y la fruta a Ernesto que en otra donde la mayoría del valor que yo cedo en mi acto como cliente se quede en una sociedad, un fondo de inversión o un gran empresario. Creo que una mejor distribución de ese valor es la mejor herramienta que tenemos para edificar una sociedad más vivible y sostenible, con cimientos más sólidos y una mayor apuesta por la equidad. En definitiva, un mundo más justo.

Mis pescaderos, él y ella, no sólo venden pescado. Ellos diseñan con qué estrategia se quieren presentar ante su público, seleccionan personalmente su mercancía, hacen de gestores y hasta de contables, cuidan la relación con el cliente y, en el día a día, fidelizan a los mismos con un buen producto, un buen trato y un buen precio. Un trinomio ideal que muchas compañías del Ibex-35 todavía no han asumido como propio, y en el que muchos otros grandes del sector de la distribución muchas veces fallan. Ciertamente, un pequeño negocio de pescadería, frutería, carnicería, panadería o similar puede ser también un magnífico laboratorio de pruebas para poner en práctica ideas avanzadas no sólo en cuanto al modelo de negocio, sino a mucho más. Por mi parte, les diré que creo que mis pescaderos me prestan un estupendo servicio y, sin tener mucho más recorrido con ellos que comprarles pescado, estoy en gran medida orgulloso de ellos.

Así las cosas, me parecen intolerables las palabras del escritor, filósofo, profesor y académico Félix de Azúa, relativas a su crítica a la Alcaldesa de Barcelona, a la que le ha espetado que su puesto debería ser "estar vendiendo pescado", en un suma y sigue a lo que manifestó hace escasas fechas un concejal del Partido Popular -luego reprobado por su formación- que indicó que el personaje público en cuestión debería estar "fregando suelos". Ni lo uno ni lo otro porque, repito, vender pescado y fregar suelos son actividades muy dignas y decorosas, no exentas de dificultades, que no han de ser utilizadas como arma arrojadiza ni, mucho menos, como insulto. Es más, sorprenden tales salidas de tiesto porque las mismas ponen precisamente en entredicho la valía del emisor de tal mensaje, no la de la persona insultada.

Y todo ello lo digo sin coincidir demasiado, seguramente, con la señora Colau, y siendo abiertamente crítico con muchos de sus planteamientos, empezando por el de descalificar a todos los demás en su llegada al poder desde lo supuestamente social. Yo, que sí que estoy en lo social, he estado siempre y de ahí no me moveré, entiendo los partidos políticos de nuevo cuño exactamente desde la misma óptica de los de viejo cuño, y nadie está más legitimado que nadie para reivindicarse como mesías o como mejor garante de casi nada. Y mucho menos cuando las "teimas" con las que uno llega al poder siguen ocurriendo y verificándose, en Barcelona y en muchos otros sitios, sin que ahora los megáfonos y las concentraciones "solidarias" llenen las calles.

Pero una cosa es eso y otra una absoluta falta de respeto a alguien que ha llegado a la Alcaldía de forma legal y legítima, después de ser oído el pueblo soberano y la aritmética de sus representantes, y, también, a quien ve denostada su profesión, sea esta la de vender pescado, fregar suelos o la que sea. Todo es digno y honrado, y no expresa las competencias o capacidades absolutamente de nadie, y mucho menos en estos tiempos borrosos y un tanto líquidos. A ver a qué nos vemos abocados en esta vida usted, yo y cualquiera...

En fin... Estoy seguro de que el señor De Azúa, académico, catedrático de Estética y afín a un partido donde hay otras personas mucho más elegantes en las formas y el respeto a los demás, se habrá arrepentido ya y lamentado sus palabras. La falta de respeto no ayuda a nada, y menos a la gestión de lo colectivo en un momento donde incluso lo individual va un poco a la deriva...

Y, lo dicho, mucha honra y mucho reconocimiento a mi pescadero. Gracias por todo.