Los socialistas acusaron a Podemos de exigir sillones a cambio de apoyar a Sánchez y ahora, próximo el 26-J, de apropiarse de la socialdemocracia, marca que, por lo visto, debe estar registrada a nombre del PSOE. Las dos acusaciones carecen de sentido porque lo lógico es que un partido político, aquí y en todas partes, negocie en términos de poder y porque no hay siglas que puedan monopolizar una corriente de pensamiento, un modelo político. Ni siquiera se puede tener la exclusiva de una denominación emparentada siempre que no lleve a confusión a los electores. Visto el sondeo del CIS se entiende la rabieta de los socialistas, pero nada más. Podemos sigue con su campaña y el programa IKEA ha sido un acierto, parece que de la inteligente profesora Bescansa. Es todo un mensaje sobre el modelo sueco de Estado de bienestar dirigido a las clases medias que habla de creatividad, de intimidad, de vida familiar, de sosiego, de juventud, modernidad y comodidad. Nada de lujos. Un acierto.

Otra cosa es cuando hay que montar la mueblería sueca y pagar esas viviendas soleadas y ordenadas en las que nada falta. Otra cosa es cuando se lee el programa económico y fiscal de Podemos. O sus medidas sociales que alguien tendrá que pagar. O su idea de modelo territorial. Con las aportaciones de IU la oferta de Unidos Podemos es tan atractiva para los jóvenes indignados con la casta como imposible de llevar a cabo con los condicionantes propios del sistema. Del sistema de libertades, de economía de mercado, de democracia política y constitucional, y de garantías jurídicas. Del sistema europeo, el nuestro desde 1986. El sistema que Iglesias hace un par de años quería poner del revés y que ahora quiere, simple y modestamente, mejorar. Lo mismo que quieren, cada uno a su modo, el PSOE, el PP y Cs.

Es cierto que Podemos acaba de superar al PSOE y que sus posibilidades de gobernar ya no son un sueño inalcanzable. No tiene sentido hacer esperar a Podemos por su juventud. Hace décadas Felipe González llegó a la Secretaría General del PSOE con 34 años, al Congreso con 35 y a la Moncloa con 40. Joaquín Almunia fue ministro con 34 y otros sin haber cumplido los 40. Ni por su falta de conocimientos teóricos porque los tienen. Lo que les falta es la experiencia de gobierno que el PSOE ya tenía en 1982 por sí mismo y por la inmensidad de apoyos que encontró, y aprovechó, en los ámbitos más variados y complejos de la vida española. Cuando González llega a la Moncloa tiene a diez millones de votantes detrás y al lado a buena parte de las mejores gentes de la Universidad, de la empresa, de la cultura y del aparato institucional del Estado. Su lema "para que España funcione" gozó de crédito porque eso es lo que quería España entera. Podemos ya ha ganado las elecciones con el sorpasso en el sondeo del CIS porque su importante apoyo electoral es un hecho y, en consecuencia, tiene serias probabilidades de sustituir como nueva socialdemocracia a la, digamos, deslucida socialdemocracia del PSOE actual. Pero aún tiene que demostrar que es una alternativa real y positiva para el país entero como lo fue la de González de 1982 a 1996. Y para eso hay que forjarse como oposición pactista, moderada y realista. Hay que consolidar una organización y no apoyarse coyunturalmente en un largo y heterogéneo manojo de siglas que de una en una se sienten llamadas a cambiar el mundo sin llevar aún más de un año de gestión municipal cuyo balance final está por ver. Hoy por hoy darles el gobierno de España me parece una temeridad que los socialistas no deberían favorecer.