Dicen los optimistas que el tiempo pone a todo el mundo en su lugar. Yo, creo que de una forma un poco más realista y sin dejar por ello de ser positivo y estar esperanzado, digo que esto sucede sólo a veces. Y es que no siempre la mentira, la falacia, la estrategia del no contar toda la verdad o el mentir para argumentar de forma incorrecta y tendenciosa, terminan descubriéndose. Pero bien es verdad que, cuando esto ocurre, cuando el pastel se descubre y la verdad pura y desnuda sale a la luz, parece como si se volviese a poner a cero el implacable contador de la frustración que generan determinadas realidades... Es entonces cuando la Humanidad y su muchas veces lamentable recorrido sobre la superficie terrestre parecen mucho más brillantes, inocentes y bienintencionados. Y son momentos, no cabe duda, importantes para quienes en ese momento estamos atentos a tales acontecimientos.

Hago la reflexión anterior en relación con la reciente entrada en escena del llamado Informe Chilcot, un trabajo de investigación encargado en el Reino Unido a una comisión independiente, encabezada por Sir John Chilcot, y que busca analizar la conveniencia de la participación de ese país en la guerra de Iraq. Un importante documento, que ha tardado siete años en ser elaborado, y que por fin se ha presentado ante la opinión pública.

En breve, el informe viene a corroborar las tesis de quienes entonces hablamos de guerra ilegal, interesada, contraria al derecho internacional, y orquestada a partir de mentiras o de sospechas no contrastadas. Uno por uno, el informe tira por tierra los argumentos de los tres promotores internacionales de dicho conflicto, Bush, Blair y Aznar, y tacha la guerra, textualmente, de "innecesaria" en el año 2003. Una guerra basada, además, en conjeturas, como demuestra el hecho -también afirmado en las páginas del informe- de que el dossier presentado a posteriori por Blair en el Parlamento Británico sobre la evidencia de que Sadam Husein tenía armas biológicas, químicas y nucleares, no concluía nada y abundaba en dichas meras conjeturas.

El trabajo de la Comisión, verdaderamente superlativo, incluye el análisis de más de ciento cincuenta mil documentos, entre los que se incluyen muchos con diferentes niveles de clasificación como secretos. Comunicaciones entre los promotores de dicha guerra, memorandos de los servicios de inteligencia y, también, las propias fuentes sobre las que dichos promotores basaron sus decisiones. El martes pasado, el informe fue entregado a David Cameron, y está disponible en la Red. Sus más de dos millones y medio de palabras completan doce volúmenes, y todo él supone una crítica clara y contundente a la participación en la guerra. No quiere decir esto, evidentemente, que Sadam Husein no fuese un sátrapa, según la Comisión. Claro que sí. Pero su trabajo también amerita que la intervención en Iraq tuvo otra motivación bien diferente que retirar a un dictador del poder. Y es que hay, no lo olviden, muchos dictadores comparables o peores que Husein que gozan de buenas relaciones con los países promotores de la guerra y hasta de su protección.

Hoy Iraq es un país mucho más roto que bajo la temible batuta de Husein. Igual que Afganistán, se ha convertido en un lugar sin demasiada ley ni orden, y donde las facciones locales campan por sus respetos e instauran un régimen de terror allá donde pueden. Iraq ha pasado de ser un lugar donde era posible vivir, con una libertad limitada, pero vivir, a un verdadero infierno en el que, como siempre, la población civil local ha pagado esa factura más que nadie. En Iraq y su conflicto han muerto ya 251.000 personas, incluyendo 179 británicos que nunca volvieron, de los 30.000 enviados por Londres.

Blair ya pidió disculpas, en octubre pasado, por meter a su país en semejante berenjenal. Vinculó la guerra y sus consecuencias al actual estado de las cosas, incluyendo la proliferación de grupos como el ISIS, que hoy siembra el caos y el terror no sólo allí, sino en el mundo entero. Blair se ha dado cuenta, y eso ha dicho, que la guerra fue "una mala idea", a pesar de insistir en que él actuó de buena fe y buscando lo mejor para su país, y no porque hubiera hecho un pacto con Bush para llevar a su país, costase lo que costase, a la guerra. En España se nota que ni tenemos la cultura democrática de Reino Unido ni tampoco su sociedad, mucho menos permisiva con los dislates acaecidos en la esfera pública. Vamos a rebufo de otros en aquello de creer en la justicia.

Las hemerotecas retratan quirúrgicamente la realidad. En las calles, en los estrados y en esta misma columna, hace trece años, denostamos la guerra de Iraq, exactamente en los mismos términos que ahora. Algo que hemos ido repitiendo hasta la saciedad en diferentes momentos de la contienda y en recientes escaladas bélicas de índole parecida. Ahora la cordura se ha impuesto y las tesis de muchas personas y organizaciones variopintas -absolutamente dispares en cuanto a su origen, ideario y fines, pero coincidentes en la idea de que el inicio de la guerra ni estaba justificado ni respondía al bien común- son ahora refrendadas por la prestigiosa Comisión Chilcot y sus tesis. ¿Qué pasará ahora? ¿Llega con la mera disculpa de Blair o con la afirmación de Bush de que "sin Sadam se vive mejor"? ¿Se actuará? ¿Se juzgará a los promotores por crímenes contra la Humanidad? ¿Quedan resquicios para la esperanza, o seguiremos viviendo en un mundo donde alguien poderoso, catalizando intereses de terceros, pueda activar un botón rojo en contra del criterio general?