Les saludo hoy, 20 de julio, en el cuarenta y siete cumpleaños de esa gesta de primer orden que fue la llegada de la primera misión tripulada a la Luna. Un hito que, a pesar de tener nombres propios y una nacionalidad bien concreta, la de los Estados Unidos de América, bien puede ser calificado como patrimonio colectivo de la Humanidad, muy por encima de las divisiones administrativas de las que nos hemos dotado. Porque el hecho esencial acaecido en aquella épica fecha fue que los astronautas del Apolo XI, por primera vez en la Historia, pisaban la superficie de nuestro satélite. Increíble y, a la vez, maravilloso.

Este día ha sido elegido también por algunos países para celebrar el Día de la Amistad, o Día de los Amigos, que en otras naciones se celebra el 30 de julio o en otros meses y jornadas. Una elección seguramente inspirada por la visión de un humano contemplando el conjunto del planeta desde distancia suficiente como para sustraerse de sus conflictos, sus problemas y sus cotidianas miserias.

Supongo que desde allá arriba la Tierra se ve como un todo. Como si nada malo pasara sobre su faz, y como si lo verdaderamente importante fuese lo gobernado por los enormes flujos de aire de su atmósfera, o por la potencia de sus corrientes marinas. Piensen que todas nuestras soberbias construcciones casi pasan inadvertidas desde esa distancia, y que sólo la Gran Muralla China y alguna otra colosal obra se percibe desde una dimensión un poco más global que la cotidiana de todos los días.

Me quedo con lo idílico de ese momento de contemplación, en soledad y en absoluto silencio. El bullicio se produce cuando, aplicando el zoom de la imaginación y de los recuerdos indelebles en la retina y en el cerebro, uno se transporta a realidades mucho más mundanas, a veces en las ajetreadas y más exclusivas calles de las capitales financieras, o a veces en las zonas más deprimidas y depauperadas, donde la vida no vale absolutamente nada... Desde allá arriba todo eso no se percibe, y sólo la armonía de Gaia y los demás cuerpos celestes cobran absoluto protagonismo, más allá de la codicia, la envidia y el enredo continuo, pagado en un altísimo coste de vidas humanas, con el que nuestra especie se ha dado a los más extraños credos, de todo tipo, sin cejar en ese empeño. Desde la pasión a veces exacerbada por esos curiosos círculos metálicos con los que se pueden adquirir cosas, hasta los mandatos divinos -tantas veces a imagen y semejanza del peticionario- que justifican, desde la abyección, lo más abominable. Vivir para ver...

Ante todo ello, me quedo con este día dedicado a la amistad. La razón fundamental, desde mi punto de vista, para vivir. Para compartir. Para crecer juntos, complementándonos y apoyándonos, diferentes seres humanos, independientemente de nuestro origen y de nuestras circunstancias vitales. Un tesoro, según el refranero, y algo que de forma verdadera nos da una dimensión que nos trasciende en lo individual, y que se vuelve absolutamente imprescindible cuando la formulamos en colectivo. Y es que la amistad es un camino, un proceso y un estado que implica diálogo y comprensión mutua, solidaridad y reconciliación, prácticas de las que anda tan necesitada la Humanidad.

Veo ahora la última hora de la actualidad en diferentes medios, y no dejo de pensar en aquel astronauta solitario embargado por la visión, por vez primera, de un planeta tan idéntico en términos cosmológicos al de casi cincuenta años después y, sin embargo, tan diferente en lo socioeconómico y en lo relativo a aspectos como la tecnología y su disponibilidad para una parte -pequeña- de sus habitantes. Estoy seguro de que pensaba también en sus amigos, en sus seres queridos, y en lo deformada que resulta la vida "a pie de calle" respecto a la que se infiere, más ligera, vacua y sublime desde aquella atalaya lunar...

Bienvenidos a este día, amigos y amigas. A su importancia en tanto que efemérides de un hecho tan nítido en el caminar de la Humanidad, por un lado, y por la estampa que produce, por otro, que nos transporta a una sensación mucho menos cruel y mucho más beatífica de las cosas que suceden a lomos de este verde y azul planeta, visto desde fuera. Aunque para ello haya que llevar escafandra...