Hace unos días, estaba contando a un grupo de chicos y chicas la historia, que he compartido con ustedes alguna vez, de las Wakinamama Nyota Ya Maendeleo, Grupo de Mujeres Estrella del Desarrollo, de Tanzania. Ya saben, aquellas mujeres de la región de Dodoma, en Tanzania, que pasaron de vivir en un terreno yermo a hacerlo en un vergel, después de identificar posibles factores de cambio, buscar a las organizaciones adecuadas para materializarlos, y liderar ese proceso.

¿Recuerdan? Las Nyota Ya Maendeleo vivían en Mtumba, un pueblo absolutamente deforestado en un radio de muchos kilómetros, por la acción de generaciones de habitantes que utilizaban la leña con tres propósitos. El primero, hacer hogueras para poder ver en la noche. El segundo, cocinar. Y el tercero, fabricar carbón vegetal, en una combustión lenta bajo tierra, con idénticos propósitos. Con todo, en la sabana de Mtumba pocos arbustos quedaban ya, lo que significaba para aquellas mujeres tener que dar paseos kilométricos para recolectar la leña necesaria, así como el agua potable. Una dedicación diaria, a pie, soportando pesadas cargas durante muchas horas, que imposibilitaba cualquier avance en otras labores.

Su situación era, pues, casi desesperada. Y sólo sus largas conversaciones mientras transportaban la leña, o a la sombra de los escasos árboles de la aldea, les llevaron a convencerse de que algo tenía que cambiar en Mtumba. Frente a la risa, el desprecio o el escepticismo de muchos de los hombres de allí, ellas tuvieron claro que había que actuar. Y conocieron a Mr. Bita, de Yefofo, la Youth Employment and Food Foundation -Fundación para la Alimentación y el Empleo de los Jóvenes-, una pequeña organización no gubernamental tanzana, con la que empezaron a tejer los mimbres de lo que fue una colaboración sólida.

Más tarde llegó el diseño del proyecto de biogás. Con la ayuda de ingenieros tanzanos, comenzaron a construir digestores anaeróbicos a partir de excrementos humanos y del ganado. Y, buscando aquí y allá, encontraron la financiación adecuada en la cooperación internacional. Esto les permitió obtener lodos fertilizantes inodoros, muy ricos en nitrógeno. Un excelente insumo que, junto con los aljibes subterráneos en los que almacenaban, por unidad, cien mil litros de agua en la muy escasa pero intensa temporada de lluvias de la región, aseguraba la producción hortícola.

Con el biogás pudieron cocinar e iluminarse utilizando camisas de camping gas. Se había terminado para ellas la era del carbón vegetal y la leña. Y, necesitando animales que produjesen los excrementos necesarios para alimentar los biodigestores, dieron paso a una incipiente y muy prometedora actividad ganadera, que luego creció y se consolidó. Con todo, ya tenemos agua, abono, agricultura, gas, ganadería, carne... y tiempo, mucho tiempo, que quedaba libre después de dejar que dedicar la totalidad de la jornada al acarreo de leña y agua...

Y ese tiempo se tradujo en nuevos emprendimientos. Talleres de salud, artesanía y alfarería para los mercados locales, retomar la escuela a los treinta y pico, o trabajar temas comunitarios... Mtumba se convirtió en algo nuevo, en lo que enseguida se integraron los al principio boquiabiertos hombres. Las Wakinamama Nyota Ya Maendeleo habían demostrado que sus ideas no eran meras elucubraciones. Tenían algo que contarle a su pueblo y, sin cejar en el empeño, lo habían puesto en marcha. Ahora todo el pueblo vivía mucho mejor, y el proyecto, con Yefofo y con el apoyo financiero de Oxfam y alguna otra organización, se había podido replicar a otras aldeas...

Pero, como les decía, el otro día estaba explicando yo esto a un grupo de chicos y chicas... Y una de ellas, entusiasmada, me dijo: "¡Qué guay! Y esto, ¿por qué no se hace aquí?". Me di cuenta entonces de lo cierto que es aquello de que la necesidad crea el hábito. Aquí, con electricidad, agua y muchos otros servicios que allí eran ciencia ficción, no hay tal necesidad. Y el proyecto, cuyo valor sería indudable desde el punto de vista didáctico, no tendría mucho más recorrido en el terreno práctico. Allí, sin embargo, significaba mucho. El cambio de la noche al día. De la mecánica continua de andar y recolectar, a la de construir el futuro de toda una aldea.

Honestamente, no sé en qué estado está ahora el proyecto en Mtumba y todas las demás aldeas, dieciocho años después. Quizá en las cercanías de Dodoma, elegida capital del país para revitalizar la zona, ya pasen líneas eléctricas y sea más fácil conectarse a ellas que seguir fabricando biogás. No lo sé. Lo cierto es que, en su momento, la posibilidad de aquel avance puso remedio a un conjunto de necesidades muy primarias y acuciantes, para las que no había otra respuesta. Y que fue, precisamente, la necesidad, la que motivó la unión, la ilusión por algo y el remar todos a una para conseguirlo. Quizá es lo que falta a veces cuando no hay tales necesidades perentorias. Y nos volvemos blanditos, absolutamente individualistas y aburridos prematuramente, ya de vuelta de todo, sin darle valor a todo lo que tenemos -material e inmaterial- a nuestro alrededor y a nuestra disposición.

Sí. La necesidad crea el hábito, sin duda. Y este se desvanece, muchas veces, cuando vienen bien dadas. Una pena que no sepamos compaginar, casi nunca, períodos de bonanza y una ilusión fuerte y robusta por lo colectivo. Por eso las crisis son, con frecuencia, espacios más adecuados para los grandes emprendimientos humanos... O, por lo menos, para ilusionarse con ellos y dar, todos, lo mejor de cada uno.