Preguntaba el periodista a Echenique, cuando Podemos dice que son ellos los que representan a la gente, ¿a quién cree Podemos que representan entonces el PP, el PSOE o C's? y aquel responde con el lema de los indignados de Nueva York, "somos el 99% y ellos solo el 1%", nosotros representamos a ese 99%. Sobre esa ensoñación imposible de verificar ha construído Podemos su discurso y sus interminables y abstrusos debates, olvidando que en política, al menos, las fantasías sirven de poco. Aunque la vistan de transversalidad creyéndola hacer así más creíble y real, lo cierto es que como sujeto político democrático la gente no existe, como no existe el pueblo. Hay votantes, hay empresarios, trabajadores, mujeres, creyentes, radicales y moderados, independentistas. Hay en las sociedades abiertas y democráticas mucha gente diversa y encontrada en intereses, convicciones, sentimientos y en opciones a las que apoyar con el voto. Nadie representa a la gente, y sólo los autócratas presumen de ser los representantes del todo mediante el eficaz recurso de silenciar a los discrepantes. Podemos va a morir políticamente, a ir perdiendo apoyos y a fraccionarse, por exceso de un debate libresco sobre un mundo irreal. Podemos no ha sabido gestionar su éxito electoral porque Iglesias pidió demasiado a Sánchez y lo pidió porque creyó que Sánchez mandaba en el PSOE como él mandaba en Podemos. Confundió la votación de los demócratas con la aclamación a los autócratas. El representante demócrata sabe que hay vida más allá de la votación, con sus condicionantes de todo tipo, con los poderes fácticos de dentro y fuera del partido, y por eso sabe cuales son sus límites. Y si se equivoca, cae. El autócrata cree que al haber sido votado ha sido, en realidad, aclamado y que, en consecuencia, sólo él puede establecer sus límites porque interpreta los votos como cheques en blanco. Es cierto que con sus cinco millones de votos, casi tantos como Sánchez, la aritmética le permitía exigir la vicepresidencia y más pero el sentido de la realidad, del que carece, le obligaba a ser más prudente en sus palabras y en sus gestos y más modesto en sus pretensiones. Debería de tomar nota del pragmatismo, que no rendición, de algunos alcaldes podemitas o mareantes que, de momento, mantienen el tipo en un ambiente hostil.

Iglesias sigue soñando e insiste en que la realidad española es caldo de cultivo para que nos gobierne un Podemos radical y protestón, que gane el pulso a Bruselas y haga morder el polvo a Trump. Errejón tiene los pies en el suelo y hace tiempo que sabe que hay que adaptar al Laclau teórico de la Latinoamérica de los setenta y ochenta a la España de 2017 y sabe que un partido no es un movimiento, que sociológicamente es una simpleza lo del 99% y el 1%, que la democracia tiene sus reglas, que la calle no basta y que hay que aproximarse al PSOE con tacto y respeto. Como a ese enorme éxito que fueron la Transición y la Constitución. O Podemos marcha por ahí o acaba en la calle con IU, los republicanos y demás gentes, con mucho ruido y pocas nueces.

Y poco más que destacar esta semana como no sea el asunto del juez Vidal. Puede ser un embustero compulsivo o un conspiranoico, pero como juez sabe de que va eso del descubrimiento y revelación de secretos en el Código Penal y sabe que como juez prevaricaría si mira para otro lado. La cuestión es si Vidal está en condiciones de probar que la Generalitat incurrió en esas prácticas ilegales. Lo ha dicho públicamente, convencido de que su deber como juez y como senador era decirlo. El gobierno catalán lo niega rotundamente, como negó lo del 3%.