El pasado temporal que arrasó la cubierta del estadio de Riazor y obligó a suspender el partido del Dépor con el Betis ha puesto de manifiesto el precario estado de algunas zonas del estadio coruñés, como consecuencia de su abandono durante más de dos décadas.

El incidente ha propiciado una disputa política en la que el PP responsabiliza al Gobierno de Marea de la situación por haber paralizado la reforma que el Ejecutivo de Negreira adjudicó a la constructora Dragados en la recta final de su mandato, apenas a un mes de las últimas elecciones municipales.

Tras los comicios de 2015, en los que los populares perdieron la Alcaldía, Dragados se negó a hacer la obra alegando que la cantidad por la que fue adjudicada, 2,5 millones, era insuficiente para abordar los desperfectos, dado el enorme deterioro. El nuevo Gobierno municipal optó por una salida negociada, en la que se dio por cancelado el contrato con el compromiso por ambas partes de que no se plantearían indemnizaciones por la vía contenciosa, con el objetivo de poner en marcha una reforma más ambiciosa.

En la polémica desatada tras la suspensión del Deportivo-Betis por el mal estado de las cubiertas en las gradas de Maratón y Pabellón, en el mismo fin de semana en el que se suspendió el Celta-Madrid tras venirse abajo parte de la techumbre de Balaídos, se ha llegado a reclamar al Gobierno local dos actuaciones antagónicas. Le exigen por una parte una reforma urgente del estadio y al tiempo le recriminan por no haber obligado a Dragados a hacer la obra por la cantidad adjudicada o pedirle una indemnización.

La única manera de obligar a Dragados era llevándola a los tribunales, que eternizaría la reforma del estadio durante años. Por ese camino, el Concello estaría ahora enfrascado en una larga batalla judicial que impediría abordar una solución efectiva y lo más pronta posible para revertir el deterioro de Riazor.

Tras el temporal, y tras las peticiones del Deportivo, el Gobierno local va a suscribir por primera vez un contrato anual de mantenimiento de las cubiertas del estadio y se ha comprometido a abordar una reforma profunda del estadio, con una inversión de más de 7 millones que casi triplica los 2,5 millones contratados por Negreira con Dragados, que juzga insuficientes para acometer las complejas obras que verdaderamente precisa el estadio.

Se trata de una inversión histórica del Ayuntamiento en Riazor, que equivale a todo el presupuesto anual del departamento municipal de Deportes y difícilmente puede desprenderse de este esfuerzo económico una falta de compromiso con el club coruñés, como paradójicamente algunos pretenden hacer ver.

En esta polémica se han pasado hipócritamente por alto las pésimas relaciones existentes entre las autoridades de María Pita y el Deportivo en las dos últimas décadas, en la que los sucesivos alcaldes hicieron oídos sordos a las reiteradas peticiones del club para que se acondicionaran las cubiertas y otros daños estructurales. Cuando precisamente esa desidia de años tiene mucho que ver con la penosa situación actual del estadio.

El Deportivo presentó en 2010 al Ayuntamiento, con Javier Losada entonces en la Alcaldía, un informe en el que alertaba del peligro que conllevaba el pésimo estado de las cubiertas de Riazor, sin que nadie hiciera nada. Carlos Negreira llegó a María Pita en 2011 y adjudicó en la primavera de 2015, al filo de las elecciones, una reforma del estadio cuyo alcance económico es cuando menos discutible y cuyas consecuencias repercutieron en el Ejecutivo municipal que le sucedió.

Los técnicos de la constructora aseguraron al subir a las cubiertas del estadio para estudiar el arranque de las obras que el proyecto comprometido era imposible de acometer con el precio pactado. El informe encargado por el Concello, aunque consideró la obra viable, cuestionaba si realmente era lo idóneo limitarse a una mera reparación en lugar de una actuación con profundidad en el estadio.

Tras el desacuerdo con la constructora, el Concello recupera una vieja aspiración del Deportivo, un plan más ambicioso. El nuevo proyecto municipal implica una mayor financiación, pero acometerá la sustitución completa de las cubiertas centrales, con más de 35 años, y rehabilitará las de los dos fondos, Maratón y Pabellón, remodeladas en 1996, curiosamente construidas por Dragados, que son las afectadas por el último temporal. Estos mismos fondos sufrieron ya un desprendimiento de placas en abril de 2016, que obligó a reubicar a los aficionados en otra grada.

La precariedad de algunas estructuras del estadio y el riesgo que conllevan en un recinto que congrega a decenas de miles de personas cada quincena, debe resolverse cuanto antes, pero sin demagogia y con autocrítica por parte de todos los que han pasado por la Alcaldía y tienen una evidente responsabilidad en que el estadio haya llegado a su lamentable estado actual. Corresponde al actual Ejecutivo acometer esa tarea con la mayor diligencia posible, pero debe hacerse, sobre todo, con una eficiencia que garantice un largo horizonte de excelencia al estadio y no como un apresurado parcheo para salir del paso al que se le rompan las costuras a los pocos inviernos. Y con absoluta legalidad, para no abocar al Ayuntamiento a nuevos episodios judiciales por desgracia tan frecuentes en el urbanismo de esta ciudad y tan costosos para las arcas municipales.

El Gobierno local, que quizás debería haber actuado con mayor rapidez en la resolución del conflicto con Dragados, ha dado pasos razonables. Tras el temporal, además de contratar un servicio anual de mantenimiento de las cubiertas de Riazor que se pone en marcha por primera vez en el Concello, se reunirá este próximo miércoles con el consejo de administración del Deportivo para analizar las alternativas para acometer lo antes posible una reforma profunda del estadio, en la que se ha comprometido a invertir más de siete millones.

Algunos pescadores en río revuelto han aprovechado estos días para azuzar la polémica por oscuros intereses que nada tienen que ver con el Deportivo. Estos que ahora se llevan las manos a la cabeza por el pésimo estado de Riazor son los mismos que durante años ocultaron las reclamaciones del club coruñés para que se solucionara.

Sería un error caer en la tentación de utilizar una cuestión tan sensible como esta en un arma de confrontación política. Es el momento del sentido común. Una inversión de más de siete millones, que equivale al tope del presupuesto municipal anual en Deportes, es un claro compromiso económico con la afición blanquiazul en una ciudad con limitaciones presupuestarias. En lo que hay que centrarse ahora es en su óptimo aprovechamiento con una fluida colaboración entre el Concello y el club, dejando a un lado estériles polémicas. Una inversión de esta envergadura no puede malgastarse por prisas políticas o interesados cantos de sirenas que solo amenazan con volver a dividir al deportivismo.