Me costó aceptarlo. Cuando vi un anuncio a todo color de las típicas pipas de girasol que hemos tomado siempre, compitiendo con anuncios de artículos espectaculares y glamurosos en la contraportada de una publicación de difusión nacional, no me lo creía. ¡Anunciar el consumo de pipas! ¡A qué nivel han llegado las sufridas pipas, cuyas cáscaras escupidas han infectado salas de cines y gradas de espectáculos diversos! Al instante vi más detalles en ese anuncio que comento: se trata de un lanzamiento publicitario, eran pipas americanas, con nombre ya registrado -pipasusa- ni más ni menos, pipas de girasoles americanos, con todas las garantías de calidad de origen y de ser una alimentación sana -así dice el anuncio, alimentación, cuando para mí no pasa de ser una entretenimiento, y si se quiere una diversión caprichosa-, importadas para ser tostadas aquí y envasadas en los vistosos envoltorios que destilan colorines en los anaqueles de supermercados y tiendas de chuches. No sé la razón, pero me vino un pronto de rechazo, que se coman los americanos sus pipas, que ya tenemos las nuestras; aunque después, viendo los logotipos de las marcas españolas que las comercializan, pensé que quizás ya las he disfrutado. No sé, he de reconocer que la cosa me repatea un poco.