La Coruña sin alamedas ni grandiosos parques dispone del más estimado mobiliario de una ciudad: los árboles. Guardarles respeto, tener ilustración arbórea y sentir por ellos amor, constituye una de las más elevadas demostraciones de civismo. Nuestra urbe, pese a sus limitaciones territoriales, cuenta en sus espacios verdes con ejemplares únicos, exóticos, para ser admirados. No son de extrañar las protestas de los vecinos del barrio de Picasso, al resistirse a verse privados de su paisaje circundante (entre el que destaca un antiguo olmo) por la acción de la política arboricida. Nos viene al recuerdo la figura del benemérito don Federico García, maestro nacional, presidente de los Amigos de los Árboles que sabía, en cada ocasión, empuñar la estaca o la regadera pedagógica para ventilar la resistencia de munícipes y caciques arboricidas. La simbología arbórea es tan legendaria y definitiva que, en algunos lugares, configuran su mejor representación. El roble expresa firmeza en Guernica; la ceiba, en La Habana, invita a volver; el helecho, ejemplo de templanza, nos induce a la contemplación verdegal; el ciprés es signo de honradez. Un ejemplar se lo regalaron como homenaje a Maragall siendo alcalde de Barcelona, antes de disponerse a denunciar el 3 por ciento del gobierno de Convergencia. Los cipreses pueden admirarse en el eterno camposanto de San Amaro de La Coruña, donde la timbrada de la campana produce un ligero pánico que nos hace apresurar el paso. La piqueta municipal, para abrir un "corredor ciclista" en el barrio Picasso, ejercerá allí su simbolismo si sus convecinos se convierten en pedaliers y bajen la cerviz. Se confirma la filosofía podemita que, más que compromiso, parece buscar el conflicto. Semejan haberse aburrido con la democracia, pero nos dejarán la bici.