Buenos días tengan ustedes. Temporal pasado, aquí estamos de nuevo dispuestos a seguir aguantando el tipo en lo que queda de este año. Poco, habida cuenta de que, a lo tonto, nos hemos puesto prácticamente en mediados de este mes de diciembre. De ahí al turrón, cuatro días. Y de ahí, a las uvas, aún menos. Con todo, se nos va 2017, que espero les haya traído algo bueno en sus vidas, en términos de ilusión, proyectos y felicidad, que por supuesto es lo importante.

Pero ya habrá tiempo de hacer balance de 2017 y de contarnos los nuevos propósitos para el 2018 que, si nada se tuerce, estrenaremos todos nosotros en breve. Bueno, todos no, ya que he estado repasando las cifras de óbitos y nacimientos diarios en el país, de lo que también hablaremos en breve, y a alguno le tocará no estar. Pero ya me entienden...

Hoy, pues, ni repaso de 2017 ni propósitos para el 2018, ni demografía. ¿De qué hablaremos, entonces? Pues mi propuesta es, si les parece, hacerlo de vacunas. Y todo ello a raíz de la polémica desatada por la eurodiputada Lidia Senra, con la que tuve el placer de compartir alguna mesa redonda y jornada en su etapa en el Sindicato Labrego Galego, hace ya años. Ella, según cuentan los mentideros, pidió que la UE no considerase las vacunas obligatorias, ya que "nadie probó su seguridad". A partir de ahí, como en otros casos de manifestaciones similares, la polémica estalló. Inmunólogos, epidemiólogos, comunicadores en temas de salud y un largo etcétera de profesionales cuestionaron abiertamente la idoneidad de que una eurodiputada diga eso. Y tanto es así, que el grupo político En Marea ha desautorizado expresamente tal opinión particular, poco fundamentada científicamente.

Con todo, quiero expresar mi punto de vista sobre la cuestión, que ni es nueva ni dejará de tener brotes periódicos. Verán. Ni soy inmunólogo, ni epidemiólogo, ni quiero entrar en cuestiones técnicas sobre la seguridad de las vacunas. Ciertamente, es un terreno en el que hay que ser especialista, y poco podría aportar yo que no puedan leer ustedes -como yo- en las fuentes. Pero me parece que lo que pasa aquí es un error de concepto. Porque soy de la opinión de que las vacunas, aunque fuesen bastante más peligrosas de lo que quizá sean, en términos de poder producir algún tipo de fenómeno adverso en una pequeñísima parte de los menores a los que se administran, no podríamos dejar de usarlas. De ninguna manera.

¿Por qué? Pues porque el beneficio de las vacunas no debe mirarse en términos individuales, sino colectivos. De acuerdo -pongamos por caso- que un muy mínimo porcentaje de los bebés y niños puedan tener reacciones adversas. Vale. Pero ¿y qué pasaría si dejásemos de administrarlas globalmente? ¿Son ustedes conscientes de las terribles -muy terribles- consecuencias de ello? ¿Son ustedes conscientes de los grandes azotes que se llevaron la vida -sí, aquí mismo- de muchos niños, antes de la puesta a punto de diferentes vacunas contra tales enfermedades?

Es por eso que, insisto, la eficacia o no eficacia de las vacunas, así como su peligrosidad o no peligrosidad, no se pueden analizar desde el punto de vista de cada caso particular, sino del conjunto. Y, con tal visión, generalizando y sin entrar en un análisis más pormenorizado que podría permitir algún matiz en algún caso, son hoy imprescindibles.

Hay personas que se niegan a vacunar a sus hijos. Y, en muchos casos, no les va mal. Pero... ¿saben por qué? Porque viven en un entorno seguro. Si la práctica totalidad de la población se vacuna, y alguien no, la probabilidad de que le pase algo en términos de padecer la enfermedad de la que no se vacunó es muy, pero que muy baja. Pero, claro, esto es jugar haciendo trampas. Porque eso significa faltar al principio de solidaridad de no participar de las posibles reacciones adversas -mínimas- de la vacuna, y sí del entorno seguro que ella genera. Si uno se vacuna, en cambio, hace piña con los demás para que tal agente patógeno siga a raya. Esa es la diferencia.

Es por eso que, independientemente del fundamento o no de lo que ha expresado la señora Senra, para mí la crítica a tal declaración se fundamenta en que ese no es ni siquiera el foco de interés de la cuestión. En términos de pandemias, epidemiología y control de patógenos, el individuo no es el objeto de interés, sino el conjunto de ellos. Si cambiamos el paradigma, por nuestra cuenta y riesgo, estaremos introduciendo inestabilidad en el sistema, beneficiándonos en cambio de la acción positiva de los otros. Y eso ni es solidario ni, por lo que parece y ha expresado la comunidad científica, prudente.