"El fanatismo era una cosa extraña.

Para ser fanático hay que estar absolutamente seguro de tener la razón".

Por quién doblan las campanas (1940) Ernest Hemingway

Es lo mínimo que pueden hacer todos los implicados en la disolución, pagarse la publicidad. En nombre de los que siguen vivos no se me ocurre otra cosa que decirles, aun sabiendo que hablo a beneficio de inventario, que soportemos con paciencia la propaganda que le están haciendo a la supuesta desaparición de ETA todos los actores políticos y sociales, desde el PNV a Ciudadanos y el PP. La orquestina me produce más rencor del necesario, que toquen a rebato las campanas de las parroquias; pero que no me obliguen a escuchar esos tañidos que retroalimentan los postulados que les vienen bien a todos y cada uno, los nacionalistas vascos quedan como salvadores de las esencias de su terruño y los nacionalistas españoles quieren salvarnos a todos pese a que muchos no lo deseemos, porque se quedan sin más posibilidad que reinventarse un enemigo que desde hace años ya no es tal.

El problema es la historia, la que no sabremos y esperemos que los que acierten a escribirla lo hagan con tino; esa que no se está viviendo en el País Vasco, la que los estudiantes no conocen.

Sabemos pocas cosas, que desde su fundación esos jóvenes nacionalistas de los sesenta tuvieron unos afortunados debates que desembocaron en varias asambleas alrededor del 1968, casualmente, en las que los sectores con más interés en promover las reivindicaciones políticas son expulsados/escindidos y pasan a formar grupos de agitación con cierto protagonismo en los setenta. Pasó el proceso de Burgos y sus afortunadamente frustradas penas de muerte con apariencia legal, pasaron los fusilamientos del 75, ejecutados con la firma del dictador y sus cómplices, pasaron los poli-milis incorporándose a la vida política, gracias al olvidado Mario Onaindía y al hábil Bandrés, con ellos también hay deuda; solo asistimos a tímidos goteos de determinados elementos que, temiendo el efecto Yoyes para no acabar en una cuneta, van formando todas las batasunas conocidas y por conocer, después de los años más duros de la transición, los de los sables y las mortíferas bombas.

Les debo estos párrafos a los más cercanos, de los que sé de primera mano qué es mirar los bajos del coche antes de subirte, de los que se vieron retratados con dianas en sus rostros por las calles de Donosti y exiliaron a sus familias para protegerlas mientras ellos aguantaban el tipo. Esperemos que se haya acabado el bombazo y el tiro en la nuca; pero no se ha restablecido la convivencia, una convivencia que nunca ha existido y, por lo tanto, es imposible que vea la luz, no ha pasado tiempo, las heridas están frescas, más frescas que las de las cunetas franquistas y los cuelgamuros.