Opinión | Crónicas galantes

La revolución bonita está de cumple

Dicen que mayo es el mes de las flores, y así será; pero en Portugal decidieron adelantar la fiesta a abril, que para eso van una hora antes en el reloj. Jóvenes capitanes de la estirpe libertaria cantada por Walt Whitman llenaron las calles portuguesas de claveles y libertad un 25 de abril como el de hoy. Cincuenta años han pasado desde entonces y ahí sigue, tan airoso y floral, el legado de los rapazes dos tanques.

Tanques y libertad no suelen ir unidos en la misma frase, lo que denota la extravagancia levemente británica de los portugueses.

Lo propio de las sublevaciones militares, como bien sabemos por aquí, es instaurar dictaduras más bien que derribarlas; pero nadie ignora que Portugal es un país distinto e incluso distante en las costumbres. Nuestros amables vecinos comen a la hora europea, hablan bajito y compiten ventajosamente con los gallegos en el cultivo de la nostalgia y el sentidiño.

Solo en una república tan rara como la de ahí al lado se entiende que un golpe de Estado derive en revolución democrática de fusiles con la boca adornada de flores. Y solo un pueblo tan sosegado como el portugués puede alumbrar la demolición de una dictadura sin efusión de sangre, sin venganzas ni mucho menos fusilamientos.

Todos esos asombros sucedieron a poco más de media o una hora de distancia de este Reino de Galicia por aquel entonces tan gris y aherrojado como el Portugal de Oliveira Salazar. Pero aún hay más rarezas que enumerar.

La Coca-Cola, por ejemplo, podría haber sustituido a los claveles como símbolo de la Revolución, si a los portugueses les hubiera dado por enarbolar botellas de ese popular refresco, que Salazar prohibió bajo la creencia de que contenía droga.

Por fortuna, no existía stock disponible de Coca-Cola, ni siquiera en la clandestinidad de aquel 25 de abril; y a una florista de Lisboa se le ocurrió, en cambio, repartir claveles entre las tropas y la multitud que salió a apoyarlas. Menos mal. Parecería raro que el símbolo del imperialismo lo fuese también de la libertad recién recobrada.

Se cumple, en fin, medio siglo del Día de la Liberación que Portugal tuvo la felicidad de disfrutar, como casi todos los países de Europa en algún momento.

No extrañará que muchas gentes a este lado de la frontera lo festejásemos también como propio, aunque fuese de forma vicaria. Singular incluso en esto, España no tuvo ocasión de celebrar la caída de su propia dictadura con un día de vino y rosas (o de claveles, como sucedió literalmente en el caso de Portugal). Franco murió en la cama y después tuvimos que hacer apaños.

La que probablemente haya sido la revolución más hermosa e incruenta de la Historia sigue despertando admiración general en el mundo. Es natural. Pocas, si alguna, habrán nacido como la del 25 de abril en cuna de flores y canciones bajo el impulso de un grupo de capitanes de la rama poética de Whitman.

Aquellos soldados de la democracia no solo le regalaron una a los portugueses. También hicieron soñar a muchos otros con vilas morenas como la Grándola de José Afonso. en las que cualquiera pueda encontrar en cada esquina un amigo y en cada rostro, igualdad. Oh, capitán, mi capitán, diría el viejo Walt.

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