La situación económica del país ha provocado la necesidad de aplicar una cierta racionalidad al exagerado consumo de medicamentos que estamos realizando. No se pretende que nos quedemos sin la posibilidad de medicarnos en los momentos en que estamos enfermos; simplemente se busca que lo hagamos de una manera apropiada y lo más barata posible.

Debemos entenderlo así y tratar de adaptarnos a los nuevos tiempos, teniendo clara la idea de que nuestra salud no se va a ver mermada.

El uso de medicamentos genéricos como opción terapéutica de elección es ya una realidad, y se empieza a hablar de recetar únicamente las dosis de fármacos que vamos a utilizar para cada tratamiento. Ambas ideas son correctas y suponen un ahorro muy importante para el sistema sanitario y, en realidad, para todos nosotros.

En todos los hogares existe un botiquín (en forma de armario, caja, cajón, bolsa, etc.) que a menudo contiene lo que nos ha sobrado tras un tratamiento prescrito por el médico. Tal cantidad de fármacos supone un problema serio: ocupan mucho sitio en nuestra casa, no deben ser reutilizados cuando padezcamos síntomas similares, se deben eliminar en puntos adecuados (Sigre) porque son altamente contaminantes y, sobre todo, resultan muy caros para el Sistema de Salud por su inutilidad.

Respecto a los medicamentos genéricos, son bioequivalentes con el que le sirve de referencia y se comercializa cuando ha expirado la patente del original, es decir, cuando ya no es exclusivo del laboratorio que lo ha creado, lo que hace que su precio sea mucho menor.

Así, los genéricos son medicamentos de calidad, seguridad y eficacia demostrada, elaborados a partir de principios activos conocidos y que se dispensan en la farmacia con el nombre de la sustancia medicinal correspondiente seguida de un indicativo de su condición de genérico.

Por tanto, un medicamento genérico es una medicina que se vende sin el nombre de una marca comercial, que tiene un principio activo similar, forma farmacéutica, composición y bioequivalencia del medicamento correspondiente del laboratorio. Debe ofrecer la misma seguridad que cualquier otro medicamento, pues todos los fármacos aprobados por el Ministerio de Sanidad o la autoridad sanitaria han de pasar por idénticos controles de calidad, seguridad y eficacia.

Puedes reconocerlos porque en su envase se incluyen las siglas EFG (Especialidad Farmacéutica Genérica), que garantiza que el producto que va a ser dispensado en la farmacia o administrado en el centro hospitalario reúne las características exigidas por las autoridades sanitarias.

Resultan más económicos para el paciente y para el sistema sanitario porque ya ha expirado el plazo de venta exclusiva por parte del laboratorio que lo ha diseñado, la materia prima es más barata (porque la demanda se ha reducido) y estos productos ya no están protegidos por patente ni repercute en ellos el coste de la investigación y desarrollo que el laboratorio aplicaba para aumentar sus beneficios económicos.

La mayoría de los medicamentos de uso cotidiano tienen un genérico con el mismo efecto y seguridad, por lo que se pretende aplicar el uso de las EFG en la totalidad de fármacos que ya lo tienen. Esto incluye analgésicos, antiinflamatorios, antidepresivos, protectores gástricos o antibióticos de uso común en nuestro país.

La aplicación de estas medidas ha producido un cierto rechazo en la población. Los médicos comentan que sus pacientes se quejan en la consulta cuando no les prescribe el fármaco al que ellos estaban acostumbrados. Les piden que les den "lo de siempre" porque éste nuevo "no me sienta bien". Por supuesto, es más frecuente en pacientes mayores, normalmente polimedicados y que están acostumbrados a tomar la pastilla de un color determinado a una hora determinada.

Es imprescindible que todos reconozcamos que es fundamental adaptarnos a esta nueva situación y que facilitemos la labor de los especialistas sanitarios (médicos, farmacéuticos, etc.) porque no es importante el nombre de lo que tomamos, sino el principio activo que contiene. Seguro que dentro de unos años esta polémica habrá desaparecido y no recordaremos la existencia de los medicamentos con nombres comerciales que ahora son habituales.