Aniversarios. Unos pendientes. Él a ella. Un cuadro. Ella a él. Hay joyas que valen un potosí y cuadros baratitos. Y viceversa. Pero o mucho me equivoco o la duquesa, si tiró de la pinacoteca de Alba, se estiró más que el duque consorte en el regalo de aniversario. Aunque dudo que haya tocado un Goya, ¡buenos se pondrían los hijos que han heredado en vida de la madre y que hicieron firmar a Alfonso Díez que no se llevaría ni el rosario de marfil! Tampoco estoy diciendo que los zarcillos en cuestión fuesen de esos de los mercadillos de Ibiza que le gustan a Cayetana. Igual son de diamantes. Porque Alfonso, funcionario en excedencia por amor, vuelve a trabajar. Ahora es crítico de cine en un diario nacional. Además, dice Peñafiel -de quien soy devota, ya lo sabrán- que ha quedado demostrado que lo suyo no era por interés, que él fue el primero en apostar por la pareja y que incluso ella, la Duquesa, le telefoneó un día llorando y pidiendo que la llevara a Londres para poder casarse con su Alfonso. Lo de ir a casarse a Londres de tapadillo no lo tenía yo muy oído, excepción hecha de Isabel Sartorius, claro.

Más económico le salió el primer aniversario a Alberto de Mónaco, que despachó la efeméride con una foto y un comentario en su perfil oficial de Facebook. Claro que el soberano monegasco anda por Marbella sin Charlene. En compañía de otros, como dicen en los veredictos.

En defensa de Caponata. Al otro lado del océano la gallina Caponata está siendo cuestionada. "Es una amenaza para nuestra economía", clama una voz en off en la guerra entre Obama y Rommey. Y eso sí que no. Caponata, no. Para empezar, el supuesto Madoff con plumas sería Big Bird (Paco Pico en España, Abelardo en Latinoamérica). Paco Pico era un pajarraco amarillo limón que apareció esporádicamente en nuestro Barrio Sésamo y luego fue repescado en el remake moderno. Pero Caponata era chica, (gallina), autóctona, de plumaje rosa y rojo y llevaba a Emma Cohen en su interior. Vale, un aire sí tenía a Big Bird (o Paco Pico, o Abelardo) pero no patinaba, bailaba o montaba en bici como él. Ha habido mucha confusión, no lo niego. Un sexador de pollos nos habría venido bien.

La voz. Carla Bruni vuelve a cantar. Bajito, pero es que la canción francesa tiende al susurro. No se lanza a la carretera y manta, sino que ha grabado un dúo con un cantante de origen argelino y se ha filtrado en la prensa gala. Qué casualidad, dirán ustedes, justo cuando a Valérie Trierweiler le llueven por todos lados. Por meterse en política. ¿Es que esta mujer no ha aprendido nada de su antecesora? Pero sobre todo por falta de estilo. Lo ha dicho Jean Paul Gaultier, que sin duda alguna Carla Bruni tiene más glamour que madame Hollande. Dónde va a parar. Que a Valérie la vio con un abrigo todo arrugado. ¿Alguien ha visto acaso a Viri de Rajoy con un abrigo arrugado? Imposible. Porque nadie la ve, ni con ni sin abrigo. Tampoco desfila en las pasarelas, ni canta. Sonsoles sí cantaba. Pero lírico, que aquí somos más tradicionales. ¡Cómo sería verlas a todas frente a las espaldas de los coaches!

La Marianne española. Ella se compara con la infanta, Julián Muñoz la equipara a Ana Belén. En calidad de musa de alcalde, de imagen de una ciudad. Y si Pantoja era su Ana Belén, él era Ruiz Gallardón. Igual Julián todavía sueña con ser un día ministro y tener su propia Beatriz. De no habérseles roto el amor -y la alcaldía- la tonadillera habría podido bien ser Calíope, la bella voz. O, de haber seguido él su carrera política y ella la suya musical sin haber tropezado con esas imputaciones, quién sabe si no habría llegado él a la cartera, por qué no a la presidencia (¿acaso no la ambiciona Gallardón?), y ella (¿quién mejor?) se habría convertido en una suerte de Marianne, pero española y monárquica. No pudo ser.

¿Quién quiere casarse con mi hijo? Los Iglesias Preysler -y Falcó Preysler y Boyer Preysler- andan de preparativos de boda. El que se casa es Jr., Julio José. Pero la que corta el bacalao, ahora que mamá cuida del exministro, es Tamara. Tamara es lo más. Qué les voy a contar. Enrique es estrella internacional, Chábeli ama de casa media estadounidense, Ana estudiosa y Julio dicharachero. Pero la heredera natural de la reina del cuché es Tamara, la hija del marqués de Griñón. Tamara es un prodigio de dicción. Domina el arte de cruzar un pie delante del otro y doblar el cuello de modo que la melena caiga como un cortinaje de terciopelo. Y nadie como ella deja frases tan vacías como inolvidables. Ahora está liadísima, es la organizadora del bodorrio del hermano, bodorrio del que llevamos años hablando, pero que promete. Julio Iglesias e Isabel Preysler juntos de nuevo. Lástima que Julio ya esté en capilla. Porque me estoy imaginando un Quién quiere casarse con mi hijo de luxe, sin chonis ni macarras ni madres que confunden etéreo con hetero. No, un reality con las grandes, la Preysler, Nati Abascal, la duquesa que tiene a Cayetano vacante y si me apuran Sara Montiel con su niño y hasta Ana Obregón con el suyo en el papel del príncipe azul (¿acaso no tiene ya la sangre?) y su madre amantísima de la presente edición. ¿No sería grandioso?

Enzo deriva del nombre germanófono Heinz, diminutivo de Heinrich. ¿Y quién se llamaba Heinrich? Hans Heinrich Àgost Gábor Tasso Freiherr von Thyssen-Bornemisza de Kászon et Impérfalva, Heini para la Baronesa, el barón Thyssen para el mundo. Un detalle así, llevar a la pila bautismal a tu retoño con ese nombre cuando el Barón no era tu padre biológico ni disfrutas del brillo de su herencia y tu madre biológica te sienta en el banquillo ablanda el corazón más duro. Enzo, el pequeño Enzo, el hermanito de Sacha y Eric, no ha llegado al mundo con un pan -ni con un cuadro, como los que quiere su papá- sino con una reconciliación bajo el brazo. O algo parecido. Porque una cosa son tus hijos, que esos te tocan, y tus nietos, que te tocan porque son hijos de tus hijos, y otra las nueras, y los yernos, tan desprestigiados últimamente. La Baronesa acude al hospital, felicita a Borja, habla con él, dos años después, se le escapa -quizá- una lágrima, porque está blanda, con lo del aniversario y las memorias del Barón y todo eso. Y solo faltaba el nombrecito, Enzo. Pero no entra en la habitación de la puérpera, Blanca, ni le ve la carita a Enzo, el nuevo Heinito, porque eso no hay bótox que lo resista.