Stephen Hawking puede acabar logrando el raro e insólito honor de haber sido uno de los máximos impulsores de una teoría científica y terminar él mismo refutándola. Físicos teóricos de todo el mundo han asistido con sorpresa al anuncio del emblemático científico británico de que "los agujeros negros no existen", pese a que él fue uno de los principales estudiosos de estos monstruos cósmicos en los últimos cuarenta años.

Las declaraciones de Hawking encierran bastantes matices. No se trata de que los agujeros negros hayan sido una entelequia teórica que se va al cubo de la basura, sino que sus propiedades inherentes están en discusión. Hawking postula ahora (en un artículo de sólo dos páginas y no sometido aún a análisis de otros físicos) que los agujeros negros no son tan negros como pensábamos y que el "horizonte de sucesos", una de sus propiedades teóricas fundamentales, puede ser más difuso de lo supuesto.

Aunque la idea de los agujeros negros ya fue enunciada antes de la relatividad de Einstein por científicos como John Michell o Laplace, su descripción está ligada al concepto einsteniano de un espacio-tiempo que la masa deforma igual que un tejido maleable. El astrónomo alemán Karl Schwarzschild fue el primero en establecer en 1916 qué concentración de masa, comprimida en un punto, haría que el espacio-tiempo se curvase tanto que ni la materia ni la luz pudiesen salir jamás.

Hawking ha sido uno de los teóricos que más ha trabajado en el estudio de los agujeros negros pero los ha ido liberando poco a poco de la idea de que nada puede escapar de ellos.

Los agujeros negros constituyen lo que los físicos denominan una singularidad, algo en sí horripilante: un lugar donde las leyes del universo se vuelven indefinibles y las ecuaciones de Einstein fallan. Y el horizonte de sucesos establece una frontera clara. Más allá de él cualquier objeto, incluso la luz, queda por siempre absorbido: delimita en cierto modo el infierno de forma precisa. Eso creían, por ejemplo, Roger Penrose o John Archibald Wheeler, padre de la expresión agujero negro. Pero Hawking mantuvo durante décadas sus dudas.

El debate sobre la aplicación de la mecánica cuántica en la frontera misma de ese "horizonte de sucesos" ha estado siempre candente. Ya en los años setenta del pasado siglo, en el marco del análisis de la termodinámica de estos monstruos, Hawking estableció que no eran tan negros: que fenómenos cuánticos en el borde permitirían que los agujeros negros radiasen energía e, incluso, terminasen por evaporarse.

La aseveración de que "los agujeros negros no existen" no es sino un paso más allá en la discusión sobre cómo conjugar la relatividad general con la mecánica cuántica.

Las ecuaciones de Einstein establecen que las leyes de la física son las mismas en todo el Universo, de modo que si un astronauta se aproximase al horizonte de sucesos no percibiría nada extraño: ¡lo grave sucedería al atravesarlo! Sin embargo, la aplicación de la teoría cuántica llevó en 2012 al equipo liderado por los físicos Joseph Polchinski y Donald Marolf a afirmar que una barrera de alta energía, un "muro de fuego", sí haría perceptible la proximidad al horizonte de sucesos. Hawking interviene ahora para formular una tercera idea: el horizonte de sucesos no es tal, sino que existe un horizonte aparente algo más arrugado, más difuso, así que la idea convencional de agujero negro está equivocada.

Al margen de las discusiones científicas y matemáticas de fondo, el enunciado de Hawking resulta llamativo y evidencia el modo en que se trabaja en ciencia: todo es refutable, hasta lo que se consideraba una verdad cierta, siempre y cuando se argumente y se señalen experimentos o mediciones que lo corroboren. Incluso, el mismo defensor de una idea puede terminar echándola por tierra. Será mucho más difícil, sin duda, encontrar un político que admita haber estado equivocado en sus planteamientos. Los físicos deberán discutir la hipótesis de Hawking, pero mientras tanto el popular científico ha logrado volver a acaparar los titulares.

Lo que está claro es que la idea de una masiva concentración de materia capaz de distorsionar gravemente el espacio-tiempo está comprobada: los astrofísicos han hallado evidencias de estos terribles objetos en el centro de varias galaxias. No sólo eso, agujeros negros de tamaños estelares han sido detectados de forma numerosa en la Vía Láctea. De hecho, todo parece indicar que existe uno supermasivo en el corazón de nuestra galaxia.