Durante su viaje a Japón hace dos veranos, la arquitecta gallega Rosa Fernández se topó con un hallazgo de beneficio transoceánico. Un cartel en el baño de una cafetería cualquiera encendió su bombilla inventiva. Abrió la puerta y dio uso a su cámara fotográfica. Sabía que, a su regreso a Galicia, compartiría un recuerdo que también era una buena noticia. Nada más cruzar la puerta de embarque, levantó esperanzada el teléfono. Quería ofrecer a fabricantes de sanitarios la introducción en sus catálogos de ventas de algo semejante a lo que había visto en aquel bar nipón: un modelo de baño adaptado a las necesidades higiénicas de los portadores de una bolsa de ostomía (donde se recogen las heces o la orina tras ser operados del colon o el intestino, por ejemplo). Pese a que se calcula que hay unos 70.000 pacientes con ostomía en España, a ninguna de las empresas consultadas le pareció que el ofrecimiento pudiera traducirse en una oportunidad de negocio.

Tozuda en sus intenciones en tanto que conocedora de las dificultades que enfrentan estos pacientes, Fernández contactó entonces con su amiga Ángela Paz, presidenta de la Asociación Socio-sanitaria de Enfermidade Inflamatoria Intestinal de Pontevedra. Al decidir el nuevo itinerario a seguir, arquitecta y entidad coincidían: tenían que lograr implicar a la administración.

Un boceto y variadas tentativas de difusión después, la asociación logró reunirse con el conselleiro de Sanidade. "Quedó impactado porque desconocía que sufríamos una realidad tan cruda", explica Paz. "Le enviamos nuestro proyecto y a partir de ahí se implicó el personal de mantenimiento del Hospital Montecelo, que introdujo mejoras". Desde febrero, el prototipo resultante, único en la atención sanitaria española, está instalado en fase experimental en el hospital pontevedrés y, a partir de mayo, la Xunta prevé que todos los hospitales del Sergas le imiten.

Aunque el baño no contiene innovaciones de escala rimbombante, la funcionalidad derivada de sus pequeñas adaptaciones -con un coste aproximado de 3.000 euros por módulo- prometen volver un poco más sencilla la cotidianeidad de los cerca de 5.000 pacientes gallegos que, por diversas causas -como neoplasias de recto, colon o vejiga, entre otras- Assei estima como potenciales usuarios.

"Para nosotros algo tan básico como ir al baño se convierte en una penuria. Necesitamos tener una luz permanente, un mesado para poder cambiar la bolsa en la que se depositan las heces y /o la orina, tazas con una altura tal que no nos obligue a arrodillarnos para hacer el vaciado?", relata Paz. "Todo esto se toma en cuenta en este aseo, por lo que sentimos que tenemos un lugar seguro al que acudir. Ganamos en tranquilidad y comodidad. Es un paso importante para mejorar nuestra calidad de vida", añade.

Esta gallega, diagnosticada con la enfermedad de Crohn hace dos décadas, no olvida la precariedad de medios con la que tuvo enfrentar inicialmente su situación: "Antes ibas con una mano en el bolsillo porque tenías la sensación de que la bolsa se te despegaba y se te caía. La inseguridad era permanente: para dormir, para tener relaciones sexuales? para cualquier actividad cotidiana". Sin embargo, Paz destaca que la incomprensión sobre la situación de su colectivo y sus necesidades diferenciales de atención e higiene es aun generalizada: "Hay mucho desconocimiento, incluso entre quienes llevan bolsa. Muchos porque asumen como tabú lo que les sucede o porque tienen miedo a oler mal se quedan en casa, se esconden".

Paz, que nunca consideró esa opción como la suya, lucha desde la asociación para visibilizar su situación y lograr compromisos a mayor escala pues, subraya, las conquistas que les que restan son todavía desafiantes.