Al final de esa obra maestra de los juegos First Person Shooter que era Halo: Reach, el soldado Spartan animado por el jugador no se va del planeta durante la evacuación, sino que se queda en tierra, combatiendo entre la bruma a una horda de enemigos. El mensaje es evocador: los Spartan no mueren, solo desaparecen en combate. Las estrellas del cine de acción de los ochenta y noventa del pasado siglo, la edad de oro del subgénero actioner, no se jubilan, sino que van perdiendo notoriedad poco a poco, apareciendo cada vez en películas de menor calidad a medida que pierden pelo, suben de peso y su popularidad (y su caché) se desploman.

El caso paradigmático es el de Steven Seagal. Maestro del aikido y poseedor de una (única) mirada ceñuda, tocó el cielo del estrellato con Alerta Máxima (Andrew Davis, 1992) y llegó a estar casado con Kelly LeBrock, la deseada protagonista de La mujer de rojo (Gene Wilder, 1984). Pero su estrella comenzó a declinar con el nuevo siglo, y sus películas dejaron de verse en la pantalla grande para pasar a competir en las ligas menores: el mercado de alquiler y la venta directa. Con todo, Seagal, que ahora tiene 64 años, no ha dejado de trabajar: en la última década ha rodado de media tres películas al año, pese a que su agilidad ya no es la que era (debido a un alarmante sobrepeso) y a que trata a ocultar su alopecia con un ridículo pañuelo pirata.

Otro que tiene problemas con el pelo, y con su carrera, es Nicolas Cage. Tras ganar el Óscar por Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995), trató de rentabilizar el éxito convirtiéndose en una estrella de acción. Lo consiguió con películas como La roca (Michael Bay, 1996) o Cara a cara (John Woo, 1997), aunque su declive ha sido inevitable. A medida que su estilo capilar se iba volviendo más extravagante, Cage ha ido rebajando sus pretensiones creativas ante la necesidad de liquidez. Y es que la dignidad no es, precisamente, lo único que pierden las antiguas estrellas de acción. Aunque no siempre: ahí está el caso de Jean-Claude Van Damme. El kickboxer belga, maestro de la patada y el spagat, asumió su declive con deportividad y no dudó en reírse de sí mismo en la estimable JCVD (Mabrouk El Mechri, 2008).

Menos respetable ha sido la trayectoria de Wesley Snipes. Este actor, que ganó cierta reputación en sus inicios merced a sus trabajos para Spike Lee, evolucionó rápidamente hacia el cine de acción, alcanzando su mayor éxito con la trilogía Blade (1998-2004). Pero su declive fue tan vertiginoso y espectacular como lo había sido su ascenso: apenas un año después de cerrar la saga del cazavampiros ya filmaba subproductos para el mercado de alquiler. El intérprete tocó fondo entre 2010 y 2013, cuando cumplió condena por evasión de impuestos. Ahora, con 53 años, trata de recuperar el pulso en la televisión, aunque con discretos resultados: la serie The Player, de la que era protagonista, fue cancelada tras solo nueve capítulos.

Quien mejor ha gestionado el tránsito a la televisión ha sido, sin duda, el incombustible Chuck Norris. El karateka redneck por antonomasia alcanzó notoriedad con una larga lista de filmes producidos por Menahem Golam y Yoram Globus como las trilogías Desaparecido en combate (1984-1988) y Delta Force (1986-1991). Pero cuando su estrella comenzó a declinar, se refugió en la televisión donde protagonizó, durante ocho interminables temporadas, la serie Walker, Texas Ranger. Con 76 años, mantiene un honorable retiro del que sólo sale para hacer algún cameo o apoyar al candidato republicano de turno. Aunque su memoria sigue viva en las redes sociales, donde sus memes rivalizan con los del mismísimo Julio Iglesias (y lo sabes).

Al que internet no trata tan bien es a Jackie Chan: esta misma semana, las redes sociales propagaron el falso rumor de que el actor, de 62 años, había muerto. Pero Chan sigue en la brecha, alternando las producciones en Asia y Hollywood, y se cuenta con su participación en la cuarta entrega de Los mercenarios, esa reunión de veteranos hormonados que impulsa, de cuando en cuando, Sylvester Stallone y que ha servido además para recuperar para la causa a otros sicarios prejubilados como Dolph Lundgren, el recordado Ivan Drago en Rocky IV (Sylvester Stallone, 1985). Respecto al potro italiano, Stallone ha logrado enderezar una carrera que parecía írsele de las manos hace tan sólo unos años. A sus 69 años, tras ganar el Globo de Oro y rozar el Óscar con los dedos por su composición de un Rocky Balboa otoñal en Creed, el prestigio de Stallone ha repuntado de manera considerable y, además de tener en cartera nuevas entregas de Rambo y Los mercenarios, el intérprete entrará en el universo Marvel con un papel de la segunda entrega de Guardianes de la Galaxia, donde compartirá créditos con Kurt Russell.

El marido de Goldie Hawn también pasó unos años oscuros, hasta que en 2015 encadenó tres triunfos: un papel secundario en Fast and Furious 7 (James Wan), un rol de prestigio en Los odiosos ocho (Quentin Tarantino), y un papel central en la estimulante Bone Tomahawk (S. Craig Zahler).

Algo así busca Arnold Schwarzenegger. Tras su paso por la política, el austriaco persigue un éxito que le ponga de nuevo en el candelero. Sus esperanzas pasaban, principalmente, por Terminator: Génesis (Alan Taylor, 2015). Aunque la película funcionó bien a nivel global, recaudando más de 450 millones de dólares, sus discretos resultados de taquilla en Norteamérica mitigaron ese éxito. Ahora, con 68 años, Schwarzenegger juega con la idea de recuperar otro de sus personajes emblemáticos: Conan.