Hoy, en cualquier ciudad del mundo, no resulta difícil encontrarse con la figura del músico callejero. Buscan estos intérpretes la atención de los viandantes y también una posible ayuda económica. Los más hábiles y experimentados suelen elegir muy bien los sitios donde actuar. Por la afluencia de gente, pero también por las condiciones acústicas. Centros históricos, calles porticadas, soportales, estaciones de metro, acostumbran a ser sus escenarios preferidos. Y, salvo deficiencias auditivas, el personal enseguida detecta a su paso cuando una voz o un(os) instrumento(s) suenan afinado(s) y armónico(s).

Pueden conmovernos siendo desconocidos, pero más nos conmueven cuando los hemos visto anteriormente siendo figuras reconocidas. Este es el caso del que desde un tiempo a esta parte ocupa un espacio en la herculina calle Real donde, en su silla de ruedas y con la carencia de una pierna, atenaza, con habilidad y no sin considerable esfuerzo, su instrumento para llenar de sublimes sonidos y efectiva energía armónica este entorno del centro coruñés. Y uno, embargado por la fuerza y el calor de la música, no puede dejar de estremecerse al reconocer en la figura del instrumentista virtuoso a uno de los primeros chelistas de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Vladimir von Litvihk, que ya no lo es. De origen alemán, nacido en San Petersburgo en 1967, Von Litvihk entró en la OSG en el año de su creación, 1992, tras superar brillantemente la exigencia de una prueba con un concierto de Haydn, preparado en el transcurso de la noche anterior, para alzarse, entre 385 aspirantes, con una de las dos plazas convocadas. Veintiséis años de incesante actividad creativa, tras los cuales ha venido a visitarlo el infortunio. Miles de ensayos, miles de conciertos y sinfonías, de viajes y países, de recorridos diversos por la historia de la música, para entendernos, "clásica" para que, en la cumbre de la experiencia y el éxito, a Vladimir von Litvihk se le haya derrumbado el mundo encima. Curiosa paradoja: su personal opción de examen de ingreso era Dvorák , autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Tremenda fatalidad: de todos los instrumentos de cuerda el único que necesita de cuatro puntos de sujeción es el violonchelo, el suyo. Y una funesta infección obligó recientemente a la amputación de uno de ellos, la pierna derecha. Pero el violonchelista Vladimir von Litvihk necesita seguir tocando. Para procurarse una ayuda económica, pero también por una cuestión vital. "Un músico sin público está muerto", formula. Tiene una paga estatal por incapacidad permanente, que él considera escasa, por lo que reclama la incapacidad absoluta. Y esta doble razón lo lleva diariamente a la calle. No puede rendirse, necesita sentirse vivo.

En su antigua empresa, la Orquesta Sinfónica de Galicia, conocen, como no podía ser de otro modo, la adversa situación de este antiguo miembro. Fuentes autorizadas de la misma acaban de manifestar su admiración por su extrabajador, al que califican de "músico excepcional". Muy encomiable, sí señor, pero insuficiente. ¿Es que esta institución no tiene los mecanismos necesarios para afrontar la situación de una manera efectiva y satisfactoria y ponerse así al nivel de dignidad del instrumentista? ¿Es que, con todos los avances experimentados en la industria de la ortopedia, no existe la posibilidad alguna de creación de una prótesis especial para su necesidad? ¿Es que van a seguir dejándolo tirado en la calle?

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