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El Comité Antisida de A Coruña cumple 25 años

25 años de calor, café y lucha

El Comité Antisida de A Coruña está celebrando su cuarto de siglo. Atiende a más de medio centenar de usuarios cada día en la calle Padre Sarmiento y también cuenta con un piso para jóvenes y otro para enfermos de VIH

Cumplen 25 años, un cuarto de siglo de lucha contra el VIH y de ponerse del lado de los que sentían un dedo apuntándoles constantemente. El Comité Antisida A Coruña (Casco) está de aniversario y, para celebrarlo, sigue trabajando, como cada día, para conseguir la reinserción social de los enfermos y para concienciar a los que no han contraído el virus de que tomen precauciones, sea cual sea su situación, desde drogadictos -con el intercambio de jeringuillas, que se hace en el centro- a prostitutas -que recogen en Casco paquetes de 24 preservativos- y jóvenes con dudas sobre educación sexual.

Son más de medio centenar de usuarios los que, a diario, van al número 24 de la calle Padre Sarmiento -abre de 10.00 horas a 14.00, los sábados y domingos y de 10.00 h a 16.00 h, de lunes a viernes-. Entra ya dentro de su rutina. No se les pide nada. Solo respeto al entrar por la puerta y una firma para registrar su visita. No importa de dónde vienen ni qué han hecho o harán cuando se apaguen las luces. El punto de calor de Casco es un lugar en el que tiene cabida todo el mundo que sepa respetar la paz social instaurada entre los usuarios y que tanto tiempo ha costado conseguir. Casco defiende que está en contra de la caridad, así que, los usuarios del punto de calor y de todos los servicios que allí se prestan han de ser pagados, pero no con dinero sino "con respeto". Así que, cada vez que alguien se toma un café, que coge una taza o se toma unas tostadas ha de limpiar el menaje utilizado. Las mismas condiciones se aplican al baño. Hay una lista para acceder a la ducha y, cada uno que lo hace, ha de dejarla limpia.

Dice la ayudante de dirección, Rebeca Caramés, que los usuarios del punto de calor vienen y van y que son más cuando hace frío y llueve que cuando luce el sol. "Algunos, cuando cobran las ayudas no vienen pero, después, se les acaban y tienen que comer o ducharse aquí, porque se les acaba la bombona y ya no pueden comprar otra", resume Caramés, que asegura que los usuarios van en aumento con el paso de los años.

Para el coordinador de Casco, Iván Casanova, los servicios que prestan son "de supervivencia", son lo mínimo que se le puede dar a alguien para que no se muera en la calle. La comida que se sirve, normalmente, se cocina en los dos pisos que Casco tiene en la ciudad, uno para enfermos de VIH y otro para jóvenes en riesgo de exclusión, con diez plazas cada uno.

El objetivo, en ambos, es la reinserción, aunque en el programa de VIH no siempre es posible, por los problemas que acarrea la enfermedad o por la propia salud de los usuarios, ya que pueden tener demencia o ser discapacitados. "Muchos están en la calle, así que la adherencia al tratamiento es bastante mala, igual no se lo toman o no van a por él y la infección avanza. Entonces, los ingresan en el hospital para curar alguna enfermedad oportunista, en cuanto se la curan, ya no tienen ninguna razón para seguir allí, les dan las medicinas y se van, pero estamos hablando de personas que, si las dejas en la calle se mueren", relata Casanova. Ahí entra en juego Casco, que si puede les da una plaza en el piso.

"El porcentaje de éxito en lo social es muy bajo", asume Casanova, aunque afirma que por ese "20% que sale adelante" merece la pena seguir trabajando. Es por ello por lo que Casco abrió en noviembre del año pasado y con fondos propios una vivienda para jóvenes. El programa es muy claro: "el piso tiene que funcionar solo" y la meta es que, en unos nueve meses, los usuarios puedan abandonar la convivencia tutelada e irse a un hogar normalizado. Para eso necesitan un empleo que les proporcione ingresos, así que la formación y buscar algo que motive a estos jóvenes es la pieza clave para que empiecen a andar por un camino alternativo.

"Detectamos hace ya años que hay jóvenes en la calle. Con la crisis, muchas familias se desestructuraron y los chavales acabaron en un centro de protección pero, a los 18 de ahí te echan, ¿qué haces? Te juntas en grupos en la calle", comenta Casanova. Fue por estos casos por los que decidieron abrir el piso y porque los usuarios están todavía en una etapa en la que tienen "orgullo" y "demandan oportunidades".

"Esto se está empezando a ver, ahora los tienes aquí [tomándose un café en el punto de calor], están tranquilotes, pero habrá que verlos en cinco años, serán hombres de veinte años largos, curtidos de la calle, de vuelta de todo. Si se juntan diez pueden hacer lo que quieran, por eso hay que atajarlo ya", analiza Casanova. Y es que, pasados varios años, los jóvenes llegan a acostumbrarse a la calle y, "si no se hace nada", vaticina Casanova que se volverá a aquellos tiempos "de las bandas" de los ochenta y noventa.

En la ciudad y de los que Casco tenga constancia hay unos "veinte o treinta chavales viviendo en una obra abandonada". Alguno de ellos ha conseguido salirse del camino marcado, abandonar la obra para entrar en el piso de Casco y de ahí dar el paso a tener un puesto de trabajo e independizarse. "En el piso de Mesoiro hay chicos de la obra y bien, porque salen de ese entorno, que no es cómodo, porque venir a ducharte aquí todos los días con veintipocos años te machaca el orgullo y deben tenerlo. Yo hablo mucho con ellos y les digo que no pueden vivir de la caridad, que pueden sacarse las castañas del fuego", concluye Casanova.

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