La Opinión de A Coruña

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José Luis Castro de Paz Catedrático, presenta hoy en Afundación el libro ‘Furia española’, sobre Luis García Berlanga

“Berlanga tuvo problemas con la censura, pero era un fabulador nato y se inventó muchas cosas”

“Él quería que el término ‘berlanguiano’ entrase en el diccionario. Hoy estaría acostumbrado a ver su nombre unido a despropósitos”

El catedrático José Luis Castro de Paz. VICTOR ECHAVE

El catedrático coruñés José Luis Castro de Paz es el responsable de la edición del libro Furia española: vida, obra, opiniones y milagros de Luis García Berlanga (1921-2010), impulsado por la Filmoteca Española con motivo del centenario del nacimiento del genio. Lo presenta hoy en Afundación a las 19.30 en un acto organizado por el Ateneo Republicano de Galicia, y en el que intervendrá el codirector de la edición, Santos Zunzunegui, así como algunos de sus colaboradores.

Cada vez que pasa algo surrealista, la gente apela a Berlanga. ¿Qué pensaría el cineasta de todo lo que está ocurriendo en España últimamente?

Berlanga era un personaje que tenía plenamente asumido esto, e incluso quería que el término berlanguiano llegara al Diccionario de la Real Academia. Sí, tiene algo que ver con esa especie de mortadelofilemonismo español, ese esperpento, ese desmadre en cierto modo, pero en el caso de Berlanga, tiene una crítica furiosa, de ahí el título de nuestros dos volúmenes. Creo que él mismo se sentía halagado de que hubiese representado de algún modo esa peculiar manera de ser del español, pero también de poner en solfa la podredumbre, el bochorno. La escopeta nacional lo deja bien claro. Yo creo que hoy estaría bastante acostumbrado al uso de su nombre unido a los despropósitos políticos.

Esta forma tan peculiar de ver el mundo y de deformar la realidad de Berlanga, ¿tiene algún heredero en el cine de hoy?

Sí, lo tiene. Realmente esa mirada esperpéntica que dispara cabreada y caricaturizada de Berlanga en los 60 no proviene solo de él. Es un cine de la República, que partió del sainete popular madrileño, en el que la gente hablaba en la plaza del pueblo o en la corrala, todos a la vez. A medida que va pasando el tiempo, eso se convierte en un modelo costumbrista para el cine español, sobre todo en las películas de Edgar Neville de los 40. Poco a poco, en los 50, después de la barbarie de la guerra y del franquismo, se va haciendo cada vez una mirada más agria, más negra. De alguna manera es como comparar la Pradera de San Isidro de Goya, con la Romería de San Isidro del mismo Goya en la quinta del sol. Fernán Gómez, en los mismos años, hace películas tan importantes como las de Berlanga, como Ese extraño viaje o El mundo sigue. Es un proceso cultural español de enorme importancia que quizás él sea el cineasta más conocido. Hay herederos hoy, sin ir más lejos, algunas películas de Álex de la Iglesia, como Balada triste de trompeta, serían representantes excelsos. Tiene ciertas pinceladas en películas concretas que él mismo admite que parten de Berlanga y Fernán Gómez de esas otras películas.

Dice que el libro, Furia española, parte de esa forma furiosa que tenía Berlanga de reflejar la realidad.

Ese es el sentido del título, por más que en algún caso lo hayan querido relacionar con las épicas de Flandes. Se refiere a la mirada furiosa que la sociedad más culta, progresista y talentosa de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado tiene hacia la podredumbre franquista. Berlanga ha sido estudiado desde los inicios de su cine. El primer libro al respecto se publica en los 60, antes de rodar Plácido y El verdugo, es decir, después de Bienvenido Mr. Marshall o Los jueves, milagro, cuando todavía no había llegado al punto máximo de su estilo, basado en ese plano largo en el que todo el mundo habla con profundidad de campo, y esa secuencia costumbrista que todos podemos identificar con él.

¿Cómo se fraguó el libro?

Cuatro años antes del centenario, la Filmoteca Española y la de Valencia se pusieron en contacto conmigo y me propusieron hacer este libro. Luego hablé con mi colega Santos Zunzunegui, que creía la persona ideal para codirigir esto, y establecimos un libro que cubriera todos los aspectos posibles de la obra de Berlanga, su inmersión en la cultura en general del siglo XX español. Queríamos estudiar película a película plano a plano, más allá de una crítica superficial, ver cómo se veían sus películas en otros países. Para ello, encargamos a catedráticos y expertos alemanes, argentinos e ingleses que contasen cómo se conoció a Berlanga o la importancia que tuvo allí; estudiamos punto a punto la censura y pudimos tener acceso al archivo personal de Berlanga, que todavía no tiene paradero definitivo. Son casi 900 páginas con edición facsímil que recoge guiones y críticas. Un libro compendio que pone al día todo lo que se sabe de Berlanga.

Modestia aparte, ¿podemos decir que estamos ante la biografía definitiva del genio?

Es más que una biografía. Tiene un capítulo biográfico, pero son 35 autores que estudian, cada uno, lo que conocen de él. El libro lleva una mesa redonda con directores contemporáneos que hablan de esa influencia de Berlanga sobre la que preguntabas. Hay un DVD que tiene películas, un episodio que escribió y supervisó para una serie de televisión que nunca llegó a estrenarse, en el año 59, Los pícaros, escrito por Azcona. El segundo volumen tiene una recopilación de críticas para ver cómo se fue modificando la opinión sobre Berlanga a través de los años. En los años 60, la crítica vinculada al PC vio mal ese modelo esperpéntico de comedia de El verdugo. Luego se fue construyendo una memoria en la que Berlanga llegó a ocupar el lugar que merece, el de uno de los grandes maestros del cine mundial, pero que tuvo menos transcendencia que otros a nivel europeo.

Quizá el peso de la identidad española en su cine le hacía difícil optar a esa proyección.

Sí. Hay un problema: yo he visto en versión original subtituladas al inglés algunas de sus películas, y es imposible, porque de seis personajes hablando todos a la vez solo hay una voz, una frase. Es imposible captarlo, sobre todo por ese tipo de actores que él usaba, lo que llaman cómicos de tripa, que habían bregado en las tablas, en los pequeños espectáculos, en los sainetes. Son esos grandes actores que él admiraba y manejaba como nadie, y son factores muy difíciles de captar fuera por esa especie de verborrea de sus personajes.

Hablan también de su relación con la censura, que él rechazaba, pero sabía eludir.

Él tuvo problemas con la censura, pero no muchos porque era un fabulador nato y muchas cosas se las inventó. En Los jueves, milagro, los poderes del pueblo inventan una aparición de San Dimas para que la gente vuelva a tomar las aguas medicinales del balneario, y en la segunda parte de la película aparece el verdadero santo. Él siempre achacó esa parte a la censura, pero no es verdad: él mismo la escribió, porque la productora que iba a rodar la película la acababa de comprar gente del Opus Dei. Él, antes de perder el curro, adaptó la historia. Pero, aun así, no era una persona nada bien considerada. Estos autores de comedia popular cada vez más agria era lo que ponía nerviosísimo al Régimen, más que las películas que ya se sabía que eran de izquierdas, ya las iban a ver los convencidos.

Les preocupaban las que podían introducir ideas de forma más sutil en el subconsciente.

Exactamente. Cuando empezó el nuevo cine español, a principios de los 60, con una fuerte ayuda estatal, Berlanga y Fernán Gómez no pudieron rodar en España hasta los 70. Fueron apartados de la circulación por cineastas jóvenes muy buenos como Carlos Saura. Berlanga sufrió los embates de la censura, pero siempre con el tema de poner negro sobre blanco lo que es históricamente cierto y lo que es una especie de cuento chino que se repite en páginas sin ningún tipo de solvencia, y que va construyendo tópicos.

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