"Ya sabes que es difícil para muchas pero sólo si lo hacen de esta manera podrán algún día escuchar la música blanca y habrá valido la pena la visita". Palabras de Cristina Cerezales, hija de la escritora Carmen Laforet, que dan cuenta de una página borrosa para muchos en los últimos años de la autora de Nada. Música blanca no es un sortilegio. Está escrita más allá de las palabras. Está alumbrada en el silencio. Carmen Laforet padeció la terrible enfermedad de Alzheimer. De aquella condena, su hija Cristina Cerezales supo enhebrar un diálogo madre-hija que ahora sella con su nueva entrega literaria, Música blanca.

La agente literaria Carme Balcells la animó: "Le dije enseguida que no, que era imposible, pero estaba dentro de mí", confiesa Cerezales. "Escribiéndolo he entendido muchas cosas, me he acercado a los ángulos de ella. Aquella inquietud que sentí por su enfermedad... Es como si ella me hablara. En sus papeles, en sus miradas, en su silencio. Al final hemos rematado el círculo madre-hija", comenta Cerezales.

Laforet dejó en la casa de la hija sus papeles, cartas, documentos. "Una vez me dijo que los quemase todos, pero pasaron 23 años y ella continuaba con ellos. Como vivía conmigo, los dejó a mi cuidado. Escribir ahora este libro ha sido una decisión mía. ¡En sus últimos tres o cuatro años vivió tanto, había tal riqueza!, que me apeteció desmentir las notas periodísticas acerca de su final silencioso. Cuando una persona está bloqueada hay algún canal abierto si estás muy atento a recogerlo", cree Cristina Cerezales.

La novela, por llamarla de alguna manera ya que no es tal, está hecha con recreaciones de la autora y con el traslado fiel de las palabras que le legó Carmen Laforet. "Música blanca está escrito casi al dictado, y si alguna parte me costaba, aparecía. Cuando ella tuvo esa revelación mística, yo tenía 3 años y no lo entendí. Luego he visto que era un aspecto filosófico el que mi madre hubiera visto lo que había sido la vida, esa búsqueda en ella. Yo volvía a ver en sus palabras esa revelación mística de mi madre", explica Cerezales.

"Mis inquietudes y desazón cre-cían en ondas concéntricas. Las últimas se ensanchaban hasta la orilla de las mayores nimiedades. Vi cómo la fuerza de ella se quebraba. Existía entre nosotras un efecto de vasos comunicantes y ella se sentía arrastrada hacia mi abismo mientras yo absorbía parte de su vida, su energía, que era compatible y asimilable a la mía. Se soltó de mí a tiempo".

Un ¿vampirismo benefactor? "Sí, sí lo fue. Cuando iba a verla a la residencia y yo lloraba, ella cerraba la puerta; si iba contenta, se abría. Percibí su generosidad, incluso sabiendo que el traslado a la residencia le supuso momentos que la perjudicaron. Mi madre adoraba la alegría porque sufrió mucho".

La intensidad de esta Música blanca deja exhausto al lector, recobrado a la vez por la serenidad imprimida en este retrato de la vida de Carmen Laforet que es, a la par, el de la propia hija, Cristina Cerezales Laforet.

"En la cena del Premio Nadal, alguien que estaba sentado a mi lado me dijo: 'La biografía es tuya'. Me quedé callada. Luego pensé que en realidad, tenía razón", ilustra la hija de la autora de Nada.

En ese cruce de reflejos, en el otro lado del espejo, la figura de Carmen Laforet se va reconstruyendo gracias a un álbum de fotografías que su hija le llevaba en cada visita a la residencia. "Quise crear alguna reacción en ella mostrándole el álbum, ver sus reacciones ante las fotografías".

Recorrida la vida desde los últimos años en adelante, avanzando hacia el pasado, surge la imagen del marido de Laforet, Manuel Cerezales, el crítico literario del que acabaría separada.

"Abre el álbum por el final y va pasando las páginas de atrás hacia adelante, roza con los dedos las caras sonrientes de bisnietos, nietos, hijos, paisajes... sin detenerse. Y llega a la fotografía de un joven detrás del cristal de la ventanilla de un tren. Acaricia la foto. ¡Qué guapo! Ha derrumbado un muro de hormigón. Veintitantos años sin mencionarle, sin querer hablar de él, sin dar explicaciones", escribe Cristina Cerezales.

Ella quiso que la madre le escribiera. Le dejó en un papelito dos palabras: "Una... Único". Un enigma que revela a la escritora, a la madre y a la mujer que fue Carmen Laforet.

"Como escritora, abrió un panorama enorme a la mujer escritora en aquella España gris, rompió moldes como el no escribir sólo novela política y abrió la sensibilidad de una literatura muy intimista. Como madre albergó muchas dudas porque ser escritora en aquella época no era prioritario, no se contemplaba que una mujer pudiera ser escritora y madre. Tuvo una lucha muy fuerte. Cuando se marchó de casa, sus hijos ya éramos mayores. Ella cogió una casa cerca para que tuviéramos nuestra habitación, sobre todo Agustín que era el menor. Era muy libre pero le costaba la libertad. Ella sabía que no nos abandonaba como se escribió en aquel entonces. Sus hijos ya teníamos nuestras vidas", explica Cristina Cerezales.

"También hecha de silencios como Carmen Laforet. Acabo de acceder a mi lugar secreto de donde manan las maravillas. (...) Ver no es sólo ver, es comprender lo inexplicable".