"Qué mala cara tiene Clotilde, ya debía de estar enferma", dice una de la hermanas González-Moro en el Museo Sorolla ante uno de los múltiples retratos que hizo el pintor a su mujer. Han llegado a tal grado de familiaridad con todo lo que rodea al pintor valenciano que se expresan con esa naturalidad. Con la misma que comentan la indumentaria de las dos hijas del artista, Elena y María, vestidas —como su madre— siempre a la última, con preciosos trajes de fiesta, de paseo o de playa que su padre les traía de París o de cualquier otra capital de Europa. Esa pasión por la ropa es la fuente en la que bebe la exposición Sorolla y la moda, que se muestra en la casa museo del pintor y en el Thyssen. La coruñesa Ana María González-Moro y sus hermanas —Victoria, Isabel y Margarita— ha prestado varias piezas de su ingente colección, que guardan en Canarias, para ilustrar la vestimenta de las mujeres de los cuadros: "Las más escotadas son extranjeras, americanas e inglesas; las españolas van muy tapadas", constatan.

No es frecuente tener una colección de indumentaria histórica de esta magnitud. Las hermanas González-Moro prestaron diecisiete piezas para la exposición de Sorolla, del medio centenar largo que se exponen acompañando a la las pinturas. Sólo otros dos coleccionistas privados españoles —Francisco Zambrana y Victoria Liceras — cedieron ropa para la muestra; el resto vino en su mayor parte de museos, entre ellos el Textil de Terrassa, Artes Decorativas de París, el Victoria and Albert Museum de Londres, el Metropolitan de Nueva York, el Museo del Traje de Madrid o el de Bellas Artes de La Habana. Y, por supuesto, de la Fundación Museo Sorolla, de Madrid.

El vestido de novia de su abuela, que en esta ocasión hace de traje de fiesta; otros dos vestidos blancos de batista, un abrigo y un par de trajes negros, otro de seda color marfil, sombreros con grandes plumas, zapatos, una mantilla, guantes, abanicos, de la colección González-Moro, se pueden ver ahora en la exposición de Sorolla.

Siendo niña, Ana González-Moro quedó seducida por el arcón de la casa de Madrid de su abuela, la coruñesa María Cuervo, repleto de trajes de su juventud y que ella se probaba para divertirse. La abuela le fue dando vestidos hasta que le dejó todo el legado. Ya casada, heredó piezas pertenecientes a la familia de su marido, el canario José Oramas. Quienes conocían su afición le fueron regalando piezas y, así, sin darse cuenta, vio que había reunido una colección que merecía preservar y que se había acabado la vieja historia de que las niñas fuesen al baúl cada carnaval. "Me di cuenta —afirma— de que tenía una colección cuando fui al Museo del Traje, en Madrid, y vi que tenían lo que yo tengo". Su número de piezas es imposible calcular, dice: "Son cajas y cajas, baúles y baúles, cosas de las que ya ni me acordaba".

El frac de Barrié

Afirma que el interés de esta colección, que abarca de 1850 a 1960, radica sobre todo en la variedad, que ilustra con detalle un siglo de indumentaria, sobre todo femenina, pero también con trajes, uniformes, fracs y chaqués de hombre, entre ellos uno que perteneció al potentado coruñés Pedro Barrié de la Maza, conde de Fenosa.

Rara vez compra, explica, salvo algunos complementos en algún mercadillo que le faltaban a la colección. Cajones llenos de cuellos y puños almidonados de varón y decenas de piezas de lencería que bastarían para hacer una exposición monográfica: corsés, camisas, cuerpos, pololos, medias, enaguas, camisones, gorros de dormir, sostenes, polisones. Otra sección es la de baño. También hay ropa de bebé, para niñas y jovencitas y señora: Todas las edades de la mujer están representadas en el valioso legado González-Moro.

La mayor parte de los vestidos tiene el nombre y la fotografía de la época de la persona a la que perteneció, tanto si son una herencia familiar o no. Completan la colección sombrillas, guantes, zapatos, sombreros, mantones, mantillas, joyas antiguas y algunas piezas de mobiliario, como un precioso bidé con decoración floral que expuso en una ocasión. Había gente que se preguntaba qué era aquello. "Una mujer llegó a comentar si era un frutero; otra que era un baño de bebé", recuerda Ana entre risas.

El arcón de la abuela

Cuando su marido cayó enfermo, Ana González-Moro —madre de diez hijos, entre ellos la portavoz de Coalición Canaria en el Congreso de los Diputados, Ana Oramas—, aprovechó para volver a los arcones y repasar los trajes que estaban más dañados por el paso del tiempo. Desde entonces, se dedica a restaurar y cuidar la colección, que conserva en una gran casona de arquitectura canaria con cuatrocientos años de antigüedad, herencia de la familia Oramas. Una vez al mes, saca la ropa de los armarios para airearla, consciente de que las condiciones allí no son las de un museo, donde se controlo la luz, la humedad y la temperatura.

Con sus hermanas, forma un equipo perfectamente coordinado. Se ve que ella es la jefa y que lo supervisa todo, pero hay plena complicidad entre ellas. Margarita es la artista. Licenciada en Bellas Artes y pintora, ha datado la colección y descrito la historia de cada traje y las telas. Victoria, Viri, hace funciones de "productora y chica para todo". Isabel también sirve para un roto y un descosido. "Nos complementamos muy bien las cuatro. No necesitamos ni hablar entre nosotras", dice Ana . Comparten trabajo, risas y diversión, y todavía no dan crédito de la sucesión de éxitos que han tenido desde aquellas primeras exposiciones en Canarias, algunas de carácter benéfico, en la Casa Lezcano de La Laguna, la feria de anticuarios de Aguere, el Museo de Historia Militar de Tenerife y la Ciudad de la Cultura, en Santiago de Compostela, que supuso un salto definitivo.

Fue hace un año , en la exposición Con Fío en Galicia, dedicada al textil gallego desde sus orígenes hasta hoy. Veinte de las piezas que se mostraban pertenecían a la colección González-Moro y habían llegado a través de una prima, Elena Miranda Vela, cuya familia había tenido la primera fábrica de tejidos moderna en Galicia. Luis Miranda Vázquez y José Núñez de la Barca fundaron Hilados y Tejidos de Vilasantar y La Primera Coruñesa, empresas clave para la economía coruñesa y pioneras en dar trabajo a mujeres.

El vestuario de Elena Miranda cierra, desde el punto de vista cronológico, la colección González-Moro. A ella pertenecen varios vestidos —entre ellos el de su puesta de largo— confeccionados por la modista coruñesa Mercedes Alcántara, que brilló en la alta costura coruñesa durante los años cincuenta y sesenta.

Gracias a esa exposición en Santiago, las hermanas González-Moro tuvieron ocasión de conocer a la conservadora del Museo Sorolla, Belén Topete, quien se interesó por los vestidos y preguntó si tenían más. Y claro que tenían, y de los mismos años en que fechó el pintor los cuadros —1890-1920— que ahora se muestran. El comisario de la exposición, Eloy Martínez de la Pera, que llevaba tres años preparándola, visitó en noviembre de 2017 la casa de la Laguna y se entusiasmó ante aquellas ropas.

Tras escoger varias piezas, Ana puso una condición a Martínez de la Pera: ellas mismas irían a Madrid a vestir a las maniquíes. Y, a poder ser, llevarían los suyos. Lo segundo no pudo ser. Lo primero, si. Y allí estaban felices las cuatro hermanas en el Museo Thyssen montando sus modelos, rodeadas de asistentes, en medio de las ideas y venidas del comisarios, y a la mañana siguiente, en el Museo Sorolla.

"Es una pena que no nos hayan dejado traer nuestros maniquíes, porque tienen las medidas adecuadas a la ropa, y hubiera sido facilísimo vestirlas", comentan. Se encontraron con algunos problemas: "¡Son basilisas, no les han puesto pechugas!", se queja Margarita, una de cuyas tareas en el equipo es esculpir los maniquíes con silicona en aerosol. "Yo les hecho un chorrete y luego, con un cuchillo rebajo y dejo el volumen necesario", ilustra.

Al final, se apañan, los modelos quedan perfectos al lado de los cuadros de Sorolla y, llegado el último momento, ellas presumen ante la prensa: "Somos nietas de ese traje blanco, con él se casó nuestra abuela". Orgullosas, estuvieron en primera fila en la rueda de prensa de presentación de la exposición y el comisario se refirió a ellas: "Me emociona ver que gente privada sea consciente de lo que significa custodiar estos trajes. ¡Chapeau, gracias!", dijo dirigiendo su mirada a las cuatro hermanas, que crecieron en un chalé de estilo indiano en los Castros, entonces las afueras de A Coruña, y donde se casó Ana.

Evolución de la moda

"Desde la opulencia con que se vestía la alta burguesía en en el período de entre siglos a los locos años veinte del charlestón, con el talle bajo, a los treinta, con la cintura en su sitio, y los cuarenta, con los sujetadores en pico y los pechos disparados. En la posguerra las telas son de peor calidad, es ropa triste y para durar. Luego vienen los cincuenta, con las películas y las faldas de vuelo. Es totalmente distinto, se imponen estampados preciosos y la alegría desplaza a la tristeza de la posguerra", reflexiona en la cafetería del Thyssen Ana González-Moro sobre la evolución de la moda: "En los años veinte cambia la ropa interior, hasta entonces blanca y con encajes, aquellas enaguas maravillosas y cubrecorsés. ¡Y los terribles corsés! Desaparecen los pololos o culottes y los sostenes, de seda, se van tiñendo de colores pálidos... "

"Mi ilusión sería hacer una exposición de ropa interior porque tengo de todo: camisones, mañanitas, peinadores...", dice. Recuerda que "el año pasado hubo una muestra de lencería en el museo Victoria and Albert de Londres y fue un éxito. Yo pondría un vestido de cada época y lo que oculta. Me gustaría hacerla en A Coruña, porque gran parte de la colección procede de allí. Llevaría lo mejor que tengo y sería el broche final, ya estamos muy mayores".

"En los cincuenta, aparece el nylon, que viene de Tánger y Estados Unidos. Todo es de nylon: las braguitas, los sostenes, las combinaciones, las medias de cristal con costura", concluye el relato de su colección Ana González-Moro, que tiene un blog, Moda y cocina, un maridaje perfecto. "Nació en un arcón y desde muy pequeñita tuvo vocación de salir y exhibirse", dice. "Tienes diez hijos y una colección que salió viajera. Después de esto, no perdemos la ilusión de que acabe en Nueva York, en Rusia o en China. Soñar no cuesta nada".