Natación

Un café en el porche de Dressel

La estrella estadounidense no se clasificó para el Mundial, pero tras luchar contra una depresión dio una nueva lección de la importancia de la salud mental en el deporte

Caeleb Dressel celebra uno de sus oros en los Juegos Olímpicos de Tokio.

Caeleb Dressel celebra uno de sus oros en los Juegos Olímpicos de Tokio. / EFE

A veces la vida es tan sencilla como tomar el café en el porche de tu casa. O leer un libro. Los pequeños placeres. Incluso para las súper estrellas del deporte. Ahora mismo, es lo que devuelve la sonrisa a Caeleb Dressel. Mucho más que clasificarse para un Campeonato del Mundo. Su vuelta a los trials estadounidenses de natación fue una de las grandes atracciones de la competición disputada la pasada semana en Indianapolis y de la que salió el equipo que representará al país en el Mundial de Fukuoka de dentro de dos semanas. No estará en él el de Florida. Sus resultados no acapararon portadas. En 100 libres, por ejemplo, entró por los pelos en el top 30 al ser el 29. Desde luego, lejos del rendimiento del que en los Juegos de Tokio se había colgado siete medallas de oro y al que todos señalaban como el sucesor de Michael Phelps. Pero es que hacía un año que el campeón había transformado la lucha contra el crono en una batalla contra la depresión. Y la noticia cambió de paradigma. Ya no era que Dressel ganaba o batía récords. Era que Dressel era feliz. Y he aquí otra de sus victorias, quizás la más especial, la de situar el foco en la salud mental de los deportistas.

El propio Dressel lo explicó, sin esconderse, sin eufemismos, en su primera intervención pública en un año. “Estoy bien, estoy realmente bien ahora”, dijo con una sonrisa que parecía completamente sincera, aunque por momentos daba la impresión de estar aguantando las lágrimas, después de agradecer a los periodistas que hubiesen sido respetuosos con sus tiempos. No la torció ni cuando habló de los resultados de la semana. “Por un lado me pregunto qué pasó, pero por otro lo entiendo completamente. Siempre me ha encantado lo justo que es el deporte, así que por más chocante que haya sido, es lo normal”, analizó sin poner excusas: “No cambiaría nada del último año porque me ha ayudado a conocerme a mí mismo”. Un proceso largo, pero constructivo. “Los parones son necesarios. Antes me llegaba con dos meses. Ahora he necesitado casi un año. Pero he pasado de no estar seguro de si volvería a nadar a recordar por qué un día me enamoré de la natación”, dijo.

Y eso es lo que le hizo añorar el agua, incluso el cloro, a los que durante tantos meses había echado de más. “En el momento en que llegué a la conclusión de que si no volvía a nadar iba a estar bien, creo que fue cuando estuve preparado para volver”, aseguró. Volver, sí, pero con ciertos cambios. “En lo que soy realmente bueno ahora mismo es en sentarme en mi porche con Megan —su mujer— y no estar pensando en el millón de cosas que tendría que estar haciendo, o en lo que salió mal en el entrenamiento, o por qué el año pasado fue terrible... hay muchas cosas que me calman ahora mismo, pero me siento completamente a gusto sentándome allí, solo o conmigo mismo, y no estar preocupado por la natación, ni siquiera pensando en ella. Descubrí que hay prioridades mucho más importantes que ella. Todavía la echo de menos... pero aunque vaya a quedar de vago, es una de las cosas de las que estoy más orgulloso, de ser capaz de sentarme en el porche, tomarme un café, leer un libro, y no preocuparme de nada más”. Todo un alegato.

Ya hacía un año que se había atrevido a anteponer su bienestar psicológico a la exigencia de la competición, que le había asfixiado de tal manera que, a pesar de abrir el Mundial de Budapest con dos medallas de oro, le hizo sentir la necesidad de irse en mitad de la competición. Como la gimnasta Simone Biles un año antes en los Juegos de Tokio en los que él precisamente había sido el gran protagonista con siete medallas de oro —ya tenía dos en relevos de Río 2016—, el mismo número y color que las que en 2019 en el Mundial de Gwangju (Corea) habían ampliado un palmarés en el que ya figuraban otras cinco de 2017 para que la alargada figura de Michael Phelps —que también admitió sus problemas psicológicos y es una de las personalidades más reivindicativas en esta lucha— empezara a coserse a su sombra.

En Budapest, el equipo americano alegó con cierta ambigüedad, todavía muy presente la amenaza del COVID, enfermedad. Nunca fue su intención, consciente de la importancia de que un perfil como el suyo diera el paso de pedir ayuda y pusiera apellido a su mal: enfermedad mental, depresión, esa que se confunde con debilidad y a la que todavía rodean multitud de tabúes pero que la pandemia ha puesto definitivamente sobre la mesa para acabar de una vez por todas con los prejuicios. Desde entonces, las noticias sobre su estado fueron llegando a cuentagotas. Incluso cayeron en picado sus publicaciones en redes sociales, limitadas a algún compromiso publicitario. Se supo que había estado ingresado. Después que había vuelto a nadar. Y finalmente, llegó el ansiado regreso a la competición. Sin prisa. Sin pausa. Y siempre teniendo en cuenta que la natación es lo menos importante de las cosas más importantes. Con solo 26 años, ¿qué le depara el futuro? Si es feliz en la piscina, llegará a París y puede que arrase porque su talento es descomunal y directamente proporcional a sus condiciones innatas. “Tengo ganas de empezar ya a preparar la próxima temporada. Físicamente no tengo dudas de que me recuperaré. Mentalmente... si consigo mantenerme tal y como estoy ahora, tendré una larga carrera”, sentenció. Y si no, sabe que siempre le quedará su granja, los animales a los que se siente tan apegado, su familia, su mujer, su entorno. Y el café en el porche.

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