OPINIÓN

La descontrolada implosión del Deportivo

Aficionados del Deportivo, en la explanada del Palacio de los Deportes, tras el partido en Castellón.

Aficionados del Deportivo, en la explanada del Palacio de los Deportes, tras el partido en Castellón. / Casteleiro | Roller Agencia

Marcos Mosquera

Marcos Mosquera

La historia del Dépor, hasta donde nos llega la memoria, se construye con “y sis”. Y si Djukic no hubiera fallado el penalti. Y si Andrade no le hubiera dado una patada amistosa a Deco. Y si el cabezazo de Marí hubiera ido dentro. Y si la última jornada del COVID se hubiera disputado simultánea. Y si no se hubiera cruzado una gastroenteritis entre el Dépor y el Albacete. Y si Mackay no hubiera fallado en el peor momento… (Apunte: Mackay está sufriendo una minoritaria e injusta ola de voracidad. Que no haya dudas. En esta columna somos de Mackay).

Por momentos, algunos “y sis” soplaron a favor del deportivismo. Y si Vicente no hubiera marcado en el descuento al Rácing de Santander. Y si el Dépor no hubiera resistido en el Benito Villamarín. Y si hubiéramos fallado ante el Espanyol. El fatalismo, que empapa el imaginario contemporáneo blanquiazul, evoca solo lo que pudo haber sido y no fue. Comprensible. Pesa más lo malo que lo bueno en la historia reciente del club.

En ‘Unico grande amore’, Toni Padilla traza una excelente ruta turística por las ciudades de Italia a través de sus clubes. La historia negra del calcio está plagada de quiebras, refundaciones en quinta división, paracaidistas, tongos y hasta mafiosos, en el término literal de la palabra. Leído con ojos blanquiazules, sin embargo, solo se puede concluir que incluso en Italia son unos principiantes al lado del Deportivo.

Al Deportivo, y casi a cualquier club de fútbol, le mueve un motor de sentimiento e identificación de sus aficionados que trasciende la fría gestión empresarial

Porque todos esos “y sis” relatados eran deportivos. Pesa el trabajo y la calidad de los protagonistas, por supuesto, pero también un cierto grado de aleatoriedad, mayor que en otras profesiones. Aspectos incontrolables que conducen a que incluso el mejor jugador del mundo falle en el momento más decisivo. 

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Otros aspectos de los clubes de fútbol son más controlables y se prestan más a una planificación sosegada. Todo lo contrario a lo que vivimos anoche en el deportivismo. Difusión nocturna de la crisis, con la destitución del consejo de administración; un director general, ahora apoderado general, en viaje de urgencia a Betanzos para despedir al entrenador; un club descabezado en la parcela deportiva y directiva en un momento fundamental de la gestión, la de planificar la próxima temporada; y, en conclusión, una desconexión total con la afición, uno de los valores infalibles del Deportivo

A la hora en que escribo, apenas se conocen por el club los trazos gordos de la implosión. La versión más detallada la ha ofrecido Rubén de la Barrera. Y no deja en buen lugar la imagen institucional del Deportivo. Por ahora, da la impresión de que el movimiento obedece más a una estrategia de tierra quemada que a una decisión sosegada. “Me entrega una carta de despido en la que reza que se procede a la extinción inmediata de mi vínculo laboral porque no se ha logrado el ascenso a Segunda”, ha dicho a este diario De la Barrera que le traslada el club. Por mero formalismo legal que rezume esa carta, culpar a un entrenador de no lograr ese objetivo cuando se le fichó a dos partidos del final de la liga regular y para la próxima temporada parece inexplicable, aunque requiera una explicación. Desde el entorno del club se desliza que De la Barrera ansiaba más control en la parcela deportiva. Pero De la Barrera no era un desconocido. Cuando el club lo fichó hace un mes ya sabía, se presupone, qué tipo de técnico es.

Volviendo al principio, si el Dépor hubiera superado al Castellón en el campo, una opción que no estuvo tan lejos, ¿nos encontraríamos frente a esta revolución en los despachos o estaríamos planificando la final ante el Alcorcón? La contestación, por evidente, ni se da.

Al Deportivo, y casi a cualquier club de fútbol, le mueve un motor de sentimiento e identificación de sus aficionados que trasciende la fría gestión empresarial. Romper con Rubén de la Barrera -sin siquiera sentarse a hablar con él del futuro, según el entrenador- significa romper lazos con esa masa social, identificada por completo con el entrenador porque su mensaje, coruñés y deportivista, le devolvió la ilusión cuando más negro divisaba el futuro. Y porque él sí apostó por la cantera en el primer equipo en un club que, en este aspecto, lleva décadas diciendo una cosa y practicando otra.

El Deportivo ha visto pasar más entrenadores que años desde su primer descenso de Primera. Por esa razón, entre otras muchas, está envejeciendo tan mal

El Dépor afronta un futuro inmediato convulso. Y traslada una imagen de inconsistencia e inestabilidad que dificultará la planificación de la próxima temporada. Un club descabezado y en busca, aunque sin estar claro quién lo buscará, de su decimoctavo entrenador desde 2011. El Deportivo ha visto pasar más entrenadores que años desde su primer descenso de Primera. Por esa razón, entre otras muchas, está envejeciendo tan mal. ¿Quién querrá venir a jugar al Deportivo en esta situación? ¿Qué se le pasará por la cabeza a la plantilla actual?

La respuesta para construir la próxima temporada y con ella, esperemos, un nuevo proyecto de ascenso debe ser tan rápida, pero menos convulsa, como la que se ha dado para finiquitar lo que había hasta ahora

La respuesta para construir la próxima temporada y con ella, esperemos, un nuevo proyecto de ascenso debe ser tan rápida, pero menos convulsa, como la que se ha dado para finiquitar lo que había hasta ahora. Debe ser la tarea inmediata. Porque la afición, lo único que pervive en pie en estos momentos, sin duda volverá a Riazor a finales de agosto o principios de septiembre con una ilusión que, en estos momentos, no tengo claro de dónde le vendrá.