La campaña se cierra hoy con un resultado incierto y un sistema político municipal en el que podrían entrar nuevos actores, claves en los pactos y con posibilidades de gobernar algunas plazas urbanas, o quizás desinflarse. La primera batalla para las generales de final de año se dirime este domingo con elecciones en 14 comunidades y municipales en todo el Estado. El resultado en los 314 concellos de Galicia servirá de termómetro para las ganas de cambio generadas tras una crisis económica devastadora que ha dejado el paro por encima del 20% y el estado de salud del bipartidismo, tras las europeas del año pasado.

Las dos semanas de mensajes electorales han resultado una prolongación de los últimos meses, con PP y PSdeG pugnando por los desencantados del sistema y desdeñando a las fuerzas emergentes que se centran en ese granero de votos. Las consideran garantía de inestabilidad, en el primer caos, o difusas, en el segundo.

Las siglas de la gaviota no pasan por su mejor momento debido al desgaste sufrido por los recortes y los escándalos de corrupción. Dan por descontado un bajón respecto a la ola antizapatero de 2011 que les permitió gobernar las tres ciudades de A Coruña, tres diputaciones y ser la lista más votada en las otras cuatro urbes, pero confían en que se premie la mejora económica. También tienen fe en su voto oculto, que no se manifiesta en las encuestas debido a que no resulta, paradójicamente, muy popular, decir que se vota al PP.

Su discurso se ha basado en el miedo al cambio, que impediría consolidar, alegan, el crecimiento económico. Una vez pasada la tormenta, mejor no apostar por un nuevo rumbo que lleve el barco hacia aguas turbulentas, han machacado sus dirigentes. Una versión renovada del que vienen los tripartitos que Feijóo enarboló durante 2012 cuando irrumpió la AGE de Beiras.

El PSOE aspira a revitalizarse y captar a los molestos del PP, como este desea robarle votantes que aún recuerdan a Zapatero. Ambas formaciones confían en los indecisos para que la irrupción de nuevas formaciones se desdibuje y a partir del domingo se abra un nuevo escenario local con más voces, pero un reparto de poder similar: una modificación del mapa, pero no una revolución como supondría, por ejemplo, que las Mareas se hiciesen con los gobiernos de Santiago o A Coruña, donde tendrían posibilidades según las encuestas. Ese escenario pasaría solo por el apoyo socialista, que debería decidir ante el dilema de ceder protagonismo y sufrir el síndrome de Pontevedra -donde el apoyo al BNG ha ido reduciendo su espacio- o permitir que el PP gobernase en minoría, difícil de justificar ante sus electores.

Los partidos ya tienen listos los argumentarios pos24-M. El PP instará a los socialistas a decidirse entre apoyar o ser apoyado por los "extremismos" o facilitar que gobierne la lista más votada. Por su parte, el PSdeG aspira a que las Mareas se desinflen y sean estas las que deban optar entre facilitar gobiernos de izquierda o permitir al PP mantener su poder.

Las Mareas y Ciudadanos son los nuevos invitados a una fiesta en la que el BNG no encuentra con quién bailar. Su época de popularidad ha pasado y aguanta a a la espera de se fijen en él de nuevo. Las primeras parecen con posibilidades de lograr representación en varios ayuntamientos con el mensaje de AGE o Podemos: urge una renovación contra los "corruptos", la "casta" o la "mafia", según la terminología que use cada formación. La división y heterogeneidad de cada Marea, así como el deseo de Podemos de competir con su marca en las generales, abren interrogantes sobre la viabilidad futura de estas propuestas a nivel autonómico.

Más dudas genera Ciudadanos, que podría entrar en algunos ayuntamientos y servir de muleta al PP o bien quedarse a las puertas -se necesita alcanzar al menos un 5% de votos para lograr un edil- y restarle los apoyos suficientes a los populares para que no gobiernen.