OPINIÓN

Carnaval electoral

Rafa López

Pensábamos que votar un 23 de julio, en plena canícula, era lo más raro que íbamos a sufrir en cuanto a calendarios electorales, pero esta semana tampoco es muy normal. Hoy, por ejemplo, además de ser martes y 13 (lagarto, lagarto), estamos en martes de Carnaval, día de disfraces, aunque alguno dirá que los políticos viven en un permanente Entroido, intentando aparentar personajes que no son.

El primero en romper el hielo fue Alfonso Rueda, disfrazado de mago Gandalf el Gris en el Xoves de Comadres del Entroido de Verín. Como hay asesores de campaña y nada de esto se deja al azar, se supone que el presidente de la Xunta ha querido transmitir la idea de que podría hacer magia con una nueva mayoría absoluta, aunque en la oposición podrán decir que otro mandato del PP sería un periodo gris para Galicia. Estaría bien que Pontón, Besteiro y Lois también se disfrazaran, por aquella frase atribuida a Oscar Wilde: “Dale una máscara y te dirá la verdad”.

Martes de carnaval era también el título de una trilogía teatral de Valle-Inclán, una de las cumbres del esperpento, aunque el genio de Vilanova se ve continuamente superado, en cuanto a escenas esperpénticas, por nuestra clase política. Entre el esperpento y la astracanada se puede situar la singular versión del In the navy de los Village People que Jácome ha perpetrado para lanzar la candidatura de Democracia Ourensana al Parlamento de Galicia. Quizá el peculiar alcalde ourensano ha quebrado aquel principio enunciado por Tarradellas, por el que “un político puede hacer de todo, menos el ridículo”, pero ya se sabe que el añorado presidente catalán falleció mucho antes de que surgiesen las redes sociales y la “nueva política”.

Mañana es el día de San Valentín, que este año coincide, además, con el Miércoles de Ceniza, día de ayuno y de abstinencia, que ya me dirán cómo se concilia eso con la tentación de la carne que ofrece la fiesta del amor. También es cierto que tanto San Valentín como el Miércoles de Ceniza son festividades un tanto demodé (palabra, en sí misma, anticuada). Casi tan obsoletas como la jornada de reflexión: ya no tiene ninguna utilidad, salvo para que los candidatos se intenten disfrazar de personas normales y muestren a qué dedican el tiempo libre y lo mucho que leen.

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