A veinte kilómetros de Lisboa surge un lugar donde palacios, castillos y quintas encajan de forma armónica con la naturaleza, rodeado de una sierra misteriosa, romántica y encantadora que inspiró a poetas y sedujo a monarcas y aristócratas. Sintra es un derroche de lirismo que llevó a la UNESCO en los años noventa a declarar la sierra que la rodea como Patrimonio Mundial-Paisaje Cultural.

Gracias a su microclima, en esta porción de geografía lusa se encuentran algunos de los más hermosos parques de Portugal, plantados al sabor romántico que atrajo a poetas y pensadores. Una popularidad que se vería acrecentada en 1887 con la inauguración de la línea férrea Lisboa-Sintra, que convirtió la villa en concurrido lugar de veraneo de la burguesía lisboeta y en el centro del Portugal erudito.

Y así, sobre fragas y peñascos, envueltos entre bosques y jardines exóticos, crecieron murallas, palacios y ermitas que parecen afloramientos naturales de la propia masa rocosa, como el Castelo dos Mouros, construcción defensiva del siglo VIII que domina los confines del municipio con el mar al fondo. Es lo primero que se ve mucho antes de llegar y, ya en la ciudad, los viejos Paços do Concelho marcan la línea divisoria entre la Vila Velha y el ensanche, en el que destacó siempre la Volta do Duche, la antigua casa de baños públicos.

La parte antigua todavía mantiene un entramado urbano que recuerda su cariz medieval de rúas estrechas y laberínticas, escalinatas y arcadas que le confieren un aire misterioso. En el centro, el Palacio Nacional se yergue majestuoso, inconfundible a distancia por sus chimeneas cónicas.

Hay muchas otras paradas imprescindibles en este municipio encantado como la Quinta da Regaleira o el Palacio da Pena y su exuberante jardín. Sin que falte en el viaje el Convento dos Capuchos.