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Historiador

Emilio Grandío: "El exilio y la transición hicieron de la República un mito"

"Si no entramos en la auténtica raíz del franquismo y qué sectores había detrás nos falta algo de nuestra historia y de nuestro presente"

–¿Hay una mitificación de la República?

–Sí, tanto desde un lado como de otro. Hay un mito sobre lo que significó el intento de régimen democrático de los años treinta en España, tanto por parte de la derecha como de la izquierda, que cree que aquello fue la panacea, cuando no lo fue.

–¿Hay una visión idílica?

–Sí, y tiene su lógica, sobre todo entre los sectores más progresistas. Por un lado, hubo que construir un mito para poder sobrevivir en el exilio y, por otro, la mitificación viene de cuando se hizo la transición: la única referencia al pasado con garantías democráticas era la II República y, por lo tanto, tenía que verse de la mejor manera posible. Pero también hay una mitificación por parte de la derecha.

–¿También la mitifica la derecha?

–Es una mitificación a la contra. Buena parte de la derecha sigue sin asumir que aquello fue una democracia. Evidentemente, era una democracia de los años treinta, no del siglo XXI, pero fue un régimen democrático y la mayoría de los historiadores lo reconocen como el antecedente de la transición, y a la derecha le cuesta admitirlo.

–¿Por qué?

–Hay muchas cosas del régimen franquista que están sin estudiar, empezando por qué es el propio régimen franquista, que también está mitificado por un lado y por otro. Sin entrar en la auténtica raíz de qué fue el franquismo, qué sectores había detrás, quiénes lo apoyaban, nos falta algo de nuestra historia y de nuestro presente. El franquismo tendría que ser estudiado, y cuanto antes, para saber de dónde venimos, pero hay que hacerlo desde la perspectiva de los historiadores.

–Suele caerse en la perspectiva política y desatar pasiones.

–Porque son cuestiones muy difíciles de abordar. Una guerra civil no se hace de la noche a la mañana ni se hace todos los días. Los traumas que conlleva una guerra civil entre hermanos, familiares, amigos tardan mucho tiempo en pasar, es lógico, porque es un conflicto de violencia máxima, no es como una guerra con un enemigo exterior. Es un enfrentamiento entre los de tu propia sangre, los de tu propia piel y ese trauma tarda muchos años en curarse. Pero no ocurrió sólo en España. Otro problema que tenemos es la ausencia de estudios comparativos con otras sociedades que vivieron procesos muy semejantes, y nos asombraría ver las situaciones que se plantean.

–¿Alemania es el modelo en este aspecto?

–La historiografía alemana lleva muchos años trabajando sobre su pasado. Nosotros tenemos el problema de que el franquismo duró cuarenta años y moduló a muchas generaciones, que ven la vida desde la perspectiva de la dictadura. Somos hijos de lo que fuimos. Alemania se sometió a partir de 1945 a un profundo proceso de desnacificación.

–Insiste en el carácter heterogéneo de la República y en la disparidad de intereses de las distintas fuerzas políticas.

–La república burguesa democrática, la república parlamentaria, es la que se planteó como referente pero había otros modelos, entre ellos el intento de crear una república obrera por medio de la insurrección. El año 1933 fue en ese aspecto, con diferencia, el de mayor violencia. Y también hubo la pretensión de una república corporativa, la que planteaban los sectores de la derecha, que no deseaban el retorno de la Monarquía, sino que miraban a Austria, Alemania e Italia. En la República había una pluralidad inmensa. Dentro de los partidos republicanos burgueses había muchas opciones; en la derecha había muchísima más diversidad ideológica que hoy en día, y lo mismo entre las masas sindicales, donde los sindicatos eran opciones políticas como CNT o UGT. Ese reduccionismo de plantearlo entre rojos y azules es propio de la guerra y de cuarenta años de franquismo.

–¿Cómo eran las relaciones entre la Iglesia y la República?

–Nada buenas. La burguesía republicana era bastante laicista y los progresistas identificaban a la Iglesia con el poder. Fue una cuesta abajo, aunque hubo momentos en que aproximaron posiciones y se intentó establecer un nuevo Concordato. Al margen de las relaciones con el Vaticano, el hecho más relevante fue la intervención de la Iglesia en política con la creación de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que tuvo un clarísimo apoyo de la jerarquía eclesiástica.

–¿Las relaciones del Estado republicano con el Vaticano?

–En ocasiones fueron mejores que hoy en día, incluso más modernas en algunas cosas. Aunque pueda sorprender, en momentos previos a la Guerra Civil, buena parte de la jerarquía católica aceptaba la separación de la religión del Estado civil. Otra cosa fueron los fenómenos anticlericales, que no nacieron en 1931, ni mucho menos, sino que ya eran una forma de protesta muy utilizada desde el XIX.

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