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El peligro del poder excesivo

El poder, desde sí mismo, tiende a ser absoluto. La prueba es que cuando alguien alcanza el poder tiende a consolidarse, a eternizarse en él y, cuanto más poder se alcanza, más se desarrolla esta su natural tendencia. Por eso, para la gente de a pie, un exceso de hegemonía o dominio de cualquier partido es siempre mala noticia de salida. Para la gente de a pié y para el ejercicio de la democracia, que se inventó justo para equilibrar, contener y limitar el poder e impedirle que se vuelva total y absoluto. Por eso, el último Congreso del PP en Sevilla resulta, cuando menos, inquietante. Hoy ya, el PP cuenta con más poder que ninguna otra fuerza tuvo nunca en la democracia española y, tras el 25 M, es muy posible que el resto de las fuerzas políticas, en el mejor de los casos, pierdan peso y relevancia por mucho tiempo. De momento, el poder conseguido por el PP le está permitiendo ya abordar y ejecutar reformas económicas y sociales que, siendo claramente agresivas con los derechos, aspiraciones e intereses de las mayorías, se imponen sin problemas e incluso con resignada tolerancia de los perjudicados, que se las tragan como inevitables, a la vez que se extiende un complejo patológico y colectivo de culpa de la crisis, artificiosamente inducido desde el mismo poder.

Esta deriva podremos comprobarla mejor tras el 25 M, cuando se muestren los nuevos presupuestos en toda su desnudez. Pero las cosas no quedarán ahí. De momento el ataque a toda contestación tiende a hacerse implacable y, ahora, cuando los sindicatos parece que, por fin, se resisten a los hachazos, son ellos el objetivo. No se los critica, sino que se trata de descalificarlos y de, cuando menos, mantenerlos en la inoperancia. Luego vendrán la contrarreforma de las leyes y de las instituciones y, al mismo tiempo, los nuevos mecanismos para embridar a la opinión pública y publicada.

Esto es lo que se deriva, de forma natural, del poder puro y duro y, por ello, la resistencia, la movilización ciudadana, -incluida la huelga general-, el debate o la contrapropuesta política son una necesidad democrática para todos, incluidos los demócratas del PP, y condición sine qua non para una aceptable calidad de vida.

aurelialombao@gmail.com

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