Un intrépido en las ‘redes’ de Beiramar

Una armadora gallega auxilia al aventurero Antonio de la Rosa en las Georgias del Sur y llevará su nave dañada a Vigo al fin de la campaña: “Da gusto este compañerismo”

Antonio de la Rosa, navegando durante un temporal en esta travesía de Chile a la Antártida y a las Georgias del Sur.    | // CEDIDA / POSOVISUAL

Antonio de la Rosa, navegando durante un temporal en esta travesía de Chile a la Antártida y a las Georgias del Sur. | // CEDIDA / POSOVISUAL / Lara Graña

Lara Graña

Esta es una historia de un aventurero de Madrid, un armador gallego y una epopeya más que singular. Todavía en fase de redacción: rematará en unas semanas, cuando otro protagonista, el Ocean Defender, llegue a Beiramar (Vigo) procedente de las Malvinas en la cubierta de un arrastrero. El primero es el empresario madrileño Antonio de la Rosa, que atiende al teléfono ya desde España después de haber navegado a remos —y en parte, a vela— desde Cabo de Hornos a la Antártida por el Estrecho de Drake y de ahí a las Georgias del Sur, emulando la fantástica (por increíble) travesía del explorador Ernest Henry Shackleton y su Endurance. El armador es un amante del mar, vinculado familiarmente a la pesca, poco atado a los focos y que se ha desvivido por ayudar al primero; Ocean Defender es una embarcación autosuficiente —gracias a los brazos y el tesón de De la Rosa— de siete metros de eslora y unos 400 kilos de peso.

En un momento de la expedición, el velero que acompaña a este navegante, a bordo del que va un cámara para un documental de Netflix, impacta contra la embarcación y le deja un enorme boquete que la inutiliza. Termina en las Georgias, una antigua base ballenera con algún científico y poco que hacer. “El pobre se pasa allí mes y pico”, relata el armador, “no quiere dejar su barco abandonado”. Así que Antonio espera y este empresario de Vigo le gestiona una evacuación, en otro arrastrero de O Morrazo, que no puede consumarse por los pelos. Una patrullera pesquera de las Malvinas “aparece” y lo traslada, finalmente, a Puerto Stanley.

“Estuve a bordo con ellos, en el Castelo, da gusto su compañerismo. Me lo pusieron muy fácil, lo gestionaron todo”, explica el aventurero en referencia a los marineros del barco de Rampesca, charteado ahora tras el incendio del Baffin Bay. Sin conocerse previamente —tienen un amigo en común—, De la Rosa y este armador han forjado un lazo a 11.500 kilómetros de distancia. Acostumbrado a todo tipo de peripecias —se le rompió el piloto automático al octavo día de travesía, por ejemplo—, casi ha sido esta ayuda brindada desde Galicia más épica que otras hazañas. “La vida depara cosas afortunadas. Me van a traer el barco”. Será a bordo del Castelo o de “algún otro”, cuando remate esta primera campaña del calamar en las Falklands. “Este hombre es fantástico, merece la pena hacerle un buen reconocimiento aquí”, exhorta el armador, el amigo invisible del gran explorador de la sierra madrileña.

Que planea ahora otra andanza “en bicicleta” pero que tiene en mente echarle el anzuelo al Índico, entre Australia y África. Que ya será otra historia.