La ciudad instrucciones de uso

Nerea Pallares

Nerea Pallares / LOC

Nerea Pallares

Imaginar una ciudad nos da la oportunidad singular de comenzar desde cero y redimirnos. La de aprender, por una vez, de algo que siempre criticamos fogosamente en Twitter: de todo lo que hacemos y de lo que otros (siempre otros, claro) han hecho y hacen mal.

Imaginar una ciudad en tabula rasa es utópico, pero, uf, qué alivio, ¿verdad? Tener de repente por delante un horizonte de posibles. Todos los inicios están llenos de buenas intenciones y seguro que todos coincidimos en lo que queremos para la ciudad que habitamos: una educación en diversidad y una concepción del conocimiento plural y en clave crítica, que vaya más allá de asignaturas y otras pesadas cajoneras y que fomente el pensamiento libre; una ciudad ecofeminista, con los cuidados y la sostenibilidad ubicados en el centro; un sitio donde las mujeres puedan caminar solas y tranquilas por la noche; un espacio urbano que incluya y respete la naturaleza; un lugar donde la cultura no esté denostada y sea faro; una integración real de todos sus miembros a cualquier edad, vistos como personas antes que como entidades productivas; una prensa libre de intereses comerciales; una sanidad universal, de calidad y gratuita; una industria agroalimentaria no especulativa; un sistema de consumo consciente y responsable; una banca ética, etcétera. Aplausos.

Seguro que sobre el papel estamos de acuerdo. Reconocemos el perfume de lo políticamente correcto y nos preparamos para repostearlo. Nos ha quedado increíble en stories y ya podemos echarnos una cañita en el puerto. Chinchín. Pero imaginar una ciudad es también pasar a la acción coherente. Ir más allá del #hashtag. Aterrizar las intenciones, llevarlas a la calle, convertirlas en medidas efectivas, remangarse, bajar al fango, lidiar con el desagrado y ensuciarse sin que nadie esté allí para contar que lo hemos hecho. Y no hablo necesariamente de nada épico: quizás todo empiece por una mirada interna. Por un momento de necesaria quietud. Puede que lo heroico esté en permanecer en silencio: escuchándonos, comprendiéndonos mejor antes de llenarlo todo de ruido.

Veréis, os cuento todo esto porque me han pedido que explique cómo me gustaría que fuese A Coruña en el futuro. Y voy a ser muy sincera. Me encantaría tener para esta ciudad, a la que tanto quiero, como para la vida, instrucciones de uso. Pero resulta que no. Mis instrucciones son como las de Perec, irónicas, fragmentarias. Y lo que tengo son, si acaso, dos buenos deseos. Aquí van:

Uno. El más urgente. Que nazca una fuerza centrífuga. Precisamente, si queremos un cambio real tienen que ser otros quienes piensen las ciudades y sus futuros. Qué pereza que sean los de siempre. Que imaginen nuevas ciudades quienes no ocupan en ellas un lugar de privilegio.

Dos. Este tiene que ver con uno de los elementos que más me fascina de A Coruña: el mar. La línea de costa nos devuelve cada día un paisaje distinto, siempre en movimiento. Libre, salvaje, imposible de limitar y en continuo cambio. Mi deseo es que ojalá aprendamos que también somos eso.