Una figura lanza un golpe a la cámara que desencadena una reacción en cadena de quemaduras y desintegraciones en la propia película. Un grupo de sujetos vestidos de negro llevan un ataúd por las calles de Buenos Aires hasta las montañas de la Patagonia. Una casa al aire libre está meticulosamente registrada como el último refugio de las inclemencias del tiempo del mundo exterior. Una mujer que se parece mucho a una guerrillera atraviesa un paisaje selvático volviendo sobre sus pasos de manera recurrente para observar a sus posibles perseguidores con un par de binoculares. Una cámara separada de su operador gira sin resolver en medio de un territorio natural virgen y desolado, ensayando una especie de actuación catártica.

Filmadas (salvo la propia obra de Marín) durante la tormenta de persecución, encierro y desapariciones de la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983), las películas de esta sesión -realizadas por nombres capitales de la generación más influyente del cine experimental en este país- exigen ser vistos no solo como un corpus de películas renovadoras en su concepción de un nuevo lenguaje cinematográfico, sino también como documentos en primera persona de la realidad alienante y opresiva de esa vida social y política. El hecho de que en el contexto más oscuro de la historia argentina reciente surgiera una serie de películas de este tipo, capaces de mostrar una libertad formal y argumental al mismo tiempo tan arriesgada y despreocupada de sus posibles repercusiones, sigue siendo una de las paradojas más brillantes y subestimadas de la Argentina.