No es un paso adelante, al menos en términos apreciables, en la trayectoria de Melissa McCarthy y, aunque nos regala algunos momentos divertidos que certifican las cualidades de la actriz norteamericana, salta a la vista que se abusa demasiado de una vulgaridad gratuita que por reiterativa llega a cansar. Lo cierto es que la protagonista de títulos como Espías, Cuerpos especiales, Por la cara y La boda de mi mejor amiga solo brilla esporádicamente y no saca el partido requerido de sus peculiaridades, que no son otras que su exceso de peso y una asombrosa agilidad con influencias del cómic.

Eso y un toque de crueldad y sadismo para derrotar a sus numerosos enemigos. Con guión de la propia McCarthy, que tiene así motivos permanentes de lucimiento, conformando un verdadero arsenal de dispares efectos, ingresamos en el mundo de una empresaria, Michelle Darnell, que ha conseguido llegar a la cumbre gracias a sus métodos contundentes con los empleados y a sus desmedidas ambiciones no exentas de una voluntad irrefrenable de pisotear al adversario.

Lo peor es que en su afán de acumular dinero ha pecado, entre otras cosas, de abuso de posición privilegiada, lo que acaba por llevarla a la cárcel. No sólo eso, también se queda en la ruina y al recuperar la libertad no tiene más bienes que lo puesto. De ahí que tenga que recurrir a una antigua amiga, Claire, una madre soltera que fue su asistenta y que ahora le deja un hueco en su casa. Pues bien, con estos limitados recursos Michelle inicia la «reconquista» del poder, valiéndose para ello de las posibilidades que le ofrece el instituto de Rachel y una campaña de promoción de unos sabrosos pasteles.

El éxito es avasallador y supera todos los obstáculos que le pone en su camino su implacable y odiada rival, empeñada en hundirla de nuevo. No sabe, sin embargo, con quién se enfrenta. En definitiva, carnaza para las fieras que la protagonista, coguionista y productora Melissa McCarthy no rentabiliza como sería de desear.