Algunos forman parte de asociaciones de defensa de derechos de los animales. Yo ando buscando colaboradores que se animen a formar conmigo una asociación de exigencia de deberes a los animales. Algunos consideran que una actividad en la que se matan animales no puede nunca ser considerada artística, cultural o deseable. Yo estoy convencido de que una sociedad está moralmente enferma si pretende aplicar al trato con los animales las valoraciones morales que aplica al trato con los seres humanos bajo el argumento de que ¡ambos son seres vivos!

No es el menor de nuestros problemas la humanización de los animales -tontería que genera más líos conceptuales que viajar hacia atrás en el tiempo-, con la cual la televisión tiene bastante que ver. Para que postpostmoderneces como la ocurrida en el Parlament tengan lugar hace falta una estructura social urbana en la que los animales son despojados de su función económica y quedan reducidos a meras mascotas, juguetes afectivos con los que establecer pseudorrelaciones emocionales que simulan superficialmente las que establecemos las personas entre nosotras. Pero también hace falta una generación educada por Disney, expuesta en su infancia a la fascinación seductora de una televisión que retrata el mundo animal como un jardín repleto de conejitos, gatitos y ardillitas de ojos grandes, expresiones humanizadas y comportamientos éticos. De Bambi al gato de Shrek el idealismo capitalista norteamericano nos ha vuelto a engañar. Sin esto no se explica que una mujer con aspecto racional declarase ante las cámaras de los informativos que por primera vez se escucha la voz de los animales en el Parlamento catalán. No hay que prohibir las corridas de toros, joder, a quien hay que prohibir es a Winnie the Pooh.