Mañana lunes termina para siempre la serie Física o Química (Antena 3). Allí estaré, aunque sólo sea para clavar una aguja en el cadáver de Gorka y asegurarme de que no volverá a fastidiarnos desde las aulas del Zurbarán. Creo que el mayor defecto de Física o Química a lo largo de estos años ha sido su insistencia en no presentarse como una serie de ciencia-ficción o una parodia de las aventuras de unos adolescentes en un centro educativo del planeta Júpiter, sino como un intento de conectar con la realidad educativa en la España actual. España no está en Júpiter.

El Zurbarán es a un instituto de carne y hueso lo que Juego de tronos es a la Edad Media, pero la serie de Canal + sabe a lo que juega y no intenta convencernos de que el mundo creado por George R. R. Martin es un viaje a los siglos medievales, mientras que la serie de Antena 3 juega a lo que sabe que funciona. Y las series protagonizadas por adolescentes guapísimos que estudian en centros educativos del planeta Júpiter casi siempre funcionan. La serie Los vigilantes de la playa funcionaba, aunque sólo consistía en ver cómo un montón de chicos y chicas guapos corrían por las playas de Malibú enfundados en sucintos bañadores rojos. Los creadores de Los vigilantes de la playa, por supuesto, sabían a lo que jugaban. El problema de series como Física o Química es que pretenden ser algo más que aventuras fantásticas en los Siete Reinos o carreras en bañador rojo por las playas de Malibú. Pero Física o Química sólo es una serie que funciona (que no es poco), no un espejo de la vida, ni un catálogo razonado de problemas adolescentes, ni un mapa de la educación en España, ni un microcosmos que permite conocer el macrocosmos.

Se va Física o Química, y algunos veremos el último capítulo como veríamos una entrega de Epílogo dedicada a Jorge Javier Vázquez o Belén Esteban. Con curiosidad por saber si debajo de la piel de los alumnos del Zurbarán, de Jorge y de Belén hay carne y sangre o, como en el caso de los visitantes de V, lagartos extraterrestres.