. n la carrera de Usain Bolt uno se da cuenta del hecho y del relato. El hecho: 100 metros en 9.58 segundos. El relato necesita la cámara lenta, los mofletes saltando al ritmo de la zancada, para que dé tiempo a decir que ha establecido el límite humano hasta que él u otro congénere lo supere. En la radio, la épica es berreo.

La meta final es hacer los cien metros lisos en cero segundos, no salir y ya llegar. Teleportarse. Exigiría mucha ralentización para ver la carrera, pero se avanza hacia eso: hace 15 años, el más rápido del mundo recorría cien metros lisos en 9.80 segundos. Hace tres años se empezó a hablar de teleportación cuántica. No transporta energía o materia, pero sitúa la teleportación en la pista. El atletismo y la ciencia andan a la carrera y de momento, en los cien lisos con personas, gana el atletismo.

Falta un estudio psicológico de la actitud de los velocistas hacia lo que practican que responda a dos preguntas claves: ¿les gusta correr o no? ¿Son esforzados o vagos? La velocidad es espacio partido por tiempo. A los velocistas les gusta partir el mayor espacio por el menor tiempo posible. Pero si estos atletas amaran sólo la velocidad, harían los cien metros en bici, en coche... no a pie, que es la forma más lenta.

A pie, la velocidad se consigue corriendo pero ¿a los velocistas les gusta correr? No: salen a correr el menor tiempo posible, a quitarse la carrera de delante como si tuvieran prisa. Para ellos correr es un medio para llegar. Si les gustara correr serían fondistas.

Lo que se valora en ellos es lo que devalúa a los demás en otras actividades. Al estudiante rápido con los deberes le dicen que los hace mal. En el trabajo, al rápido le suponen que le falta quehacer y le dan más tarea. En el sexo, hay pastillas para ralentizar la llegada al final. La eyaculación precoz se considera patología y se le tiene tan poco aprecio social que al velocista que llega a meta antes en vez de aclamarlo, lo abuchean.