Ya hace mucho tiempo que no tomo decisiones en caliente. Como me dijo de madrugada un tipo en un club de carretera, "en caso de verte en un apuro y aunque te apetezca dejarte llevar por un impulso criminal, lo mejor que puedes hacer es enfriar en caliente". En los países nórdicos el clima ayuda mucho a moderar las emociones y eso facilita las cosas. Hay quien cree que los británicos desarrollaron el humor como arma en sustitución de una violencia a la que no se sentían estimulados por el frío meteorológico. Tal vez desarrollaron el humor como alternativa a la pereza que da sacar las manos y que se te entumezcan con la humedad. En mi caso he sido siempre poco pelón. He preferido ejercer una especie de cobardía inteligente que consiste en emocionar de viva voz al enemigo. Un tipo de noventa quilos puede ser tan emotivo como un hada que tenga apenas el peso de la luz que desprende mezclada con el polen de sus orquídeas. En una ocasión que tuve una agarrada con el ex boxeador Ángel Grela, me miró a los ojos y me dijo: "Si de verdad no quieres ablandarme como a una adolescente, pégame una hostia, pero no me hables". No importa quién sea el enemigo a batir. La palabra funciona casi en cualquier circunstancia. Solo hay que dar con las frases adecuadas y eso requiere de la misma elemental sabiduría del tipo que sabe elegir los golpes para partirle la cara a otro hombre. El mismo Ángel Grela me contó que el golpe más demoledor no se lo había dado ningún rudo boxeador en sus años de fajador del ring, sino la mirada casi hablada del perro que le hacía compañía en sus días de soledad como vecino en O Milladoiro. No dudo que la mandíbula sea el sitio en el que golpear para tumbar a un tío sobre la lona, pero en las condiciones normales de lo cotidiano donde más duro resulta cualquier impacto que recibe un hombre es en el oído. Eso funciona sobre todo con las mujeres. Me dijo hace muchos años de madrugada una fulana en un club de alterne: "El hombre que te convence a golpes te deja como huella el hematoma y el rencor; pero de quien te convence hablado te queda para siempre la sensación de haber sido doblegada por una de esas bofetadas que solo dan los hombres a quienes las manos les huelen como el último libro que leyeron". Ella no lo dijo exactamente así, como es fácil suponer, pero estoy seguro de que por el bien de la traducción aquella fulana habría aceptado mis subtítulos.

A mí la relativa agresividad literaria me ha ido siempre mejor que la violencia física, entre otras razones, porque tengo para la literatura la convicción que siempre me faltó para el crochet. Me lo dijo sin darle demasiadas vueltas una amiga con la que tuve malos momentos de madrugada en un bar: "No me importará que me ofendas a condición de que lo hagas por escrito. Coge uno de esos malditos posavasos de la barra y echa a andar de una vez tu puta letra. Soportaré tus peores insultos si con tu rencor me haces llegar también tu firma". Así lo hice y no me fue del todo mal. Hay gente a la que le gusta desangrarse por escrito. Aquella noche perdí una amiga, pero me consuela saber que gané una lectora.

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