Los números cantan. Y aunque no siempre son el único elemento para aproximarnos a la realidad, al cuantificar es fácil poner el foco en el lugar adecuado, y convertir así intuiciones y rumorología en datos que procesar, verdades que tener en cuenta y realidades que objetivar.

He propuesto otras veces aquí que la falta de sostenibilidad más importante que vive hoy Galicia tiene que ver con lo demográfico, con las personas. Mucho más allá que lo económico o lo meramente fabril, Galicia -en tanto que grupo humano- se extingue, se nos muere, se marchita. Sé que esta afirmación les podrá parecer exagerada, pero lo cierto es que -números encima de la mesa- hoy hay ya más de siete mil fallecimientos que nacimientos cada año en nuestra comunidad autónoma. Lo importante, si me apuran, no es el número en sí. Es una tendencia que, cada vez más, se refuerza y se retroalimenta, y que en años venideros alcanzará cifras más preocupantes.

Hacía yo hace tiempo una reflexión parecida en otro medio, cuando alguien me interpeló. Y su argumento no era baladí, no. Pero a mí no me convenció, y les contaré por qué. La persona que me refutaba aducía que se sentía orgullosa de la contribución gallega a frenar la población de un planeta verdaderamente superpoblado. Es bien cierto, y esa persona lo reflejaba así, que existen hoy realidades donde las personas se apiñan y se hacinan, y una mera extrapolación de los actuales números globales a los próximos años pone los pelos de punta. Pero cuando les digo que no me convence tal tipo de argumentos, es porque creo que no se debe desvestir a un santo para vestir a otro. Que la superpoblación es endémica y lastima a millones de personas en la Tierra es evidente. Pero para corregir esto habrá que actuar allá donde se produce, y no felicitarse por la extenuación demográfica de un territorio donde, precisamente, el problema es el contrario. La solución a la superpoblación, pues, no consiste en convertir en estepas deshabitadas ciertos territorios del planeta donde la población no se mantiene. Y todo ello con el consiguiente perjuicio ecológico y social. ¿Acaso un territorio ya poblado no sufre al dejar de ser, siempre que sea de forma sostenible, cuidado y utilizado?

No sé qué piensan ustedes, pero a mí me preocupa largamente -como ven- el futuro demográfico de Galicia. ¿Se han tomado ustedes la molestia de consultar el censo de muchas localidades, sobre todo del interior de las provincias de Lugo y Ourense? ¿Han visto ustedes cuál es el porcentaje de población en el rango de los setenta y ochenta años? Estamos hablando de criterios estadísticos, que son la base de las predicciones poblacionales a medio plazo? Y todos los estudios muestran una Galicia que, en cincuenta años, contará con dos provincias cuyo rural estará prácticamente deshabitado. Pero no crean que es fácil la solución, ya que son muchos los factores implicados y muy escaso el margen real de maniobra de la Administración. Hay factores culturales, sociales, organizacionales y económicos en todo ello. Y, en este último ámbito, el panorama que nos pintan actualmente seguramente tampoco ayuda.

La inmigración ha sido uno de los soplos de aire fresco que han contribuido a consolidar la pirámide poblacional de España. Esto es absolutamente irrefutable. Y aunque en Galicia esto se ha dado en menor medida, también ha mejorado los números totales. Números que, como ven, ahora están empezando a entrar ya en picado en el terreno del "debe". Nos morimos más que nacemos, y ese es el peor problema que puede tener una sociedad. Porque, por definición, cercena su futuro e, incluso, su estabilidad presente.

Bueno, por compartir, señores y señoras. Porque en este caso no se me ocurren muchas más soluciones que los manidos desiderata de "habría que dar ayudas y bla bla bla?" Quizá la cuestión sería ir un poco más allá, y plantearnos verdaderamente cuál es nuestro modelo de socieda.

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