Como era previsible, el desvío de la atención pública sobre las responsabilidades políticas y financieras en la nacionalización forzosa de la caja de ahorros fusionada, empieza a propiciar revelaciones escandalosas en Galicia. Y muy posiblemente dé lugar a una larga lista de reproches entre los concernidos por el fiasco. Alguien, desde el norte de la comunidad, ha propiciado la revelación de que tres directivos (justamente aquellos a quienes se encomendó la responsabilidad de conducir la fusión) han cobrado un total de 23,6 millones de euros por su cese. El hecho de que llevasen en sus cargos poco menos de un año, sean personas demasiado jóvenes para jubilarse (ninguno ha cumplido los 55 años), y hayan recibido el dinero de las arcas de una entidad que ha sido socorrida por el Estado con 2.465 millones de euros, ha despertado la indignación mediática. Un confidencial adelantó la noticia y varios periódicos nacionales se hicieron eco de ella, en algún caso con honores de primera plana. Pero la cosa no parará ahí porque, una vez excitado el interés morboso del público, todos quedamos a la espera de saber la cuantía de la indemnización (al parecer, muy superior) que recibió el exdirector general de Caixa Galicia, justamente la caja a la que todas las fuentes señalan como causante principal del agujero. Al señor Méndez, el Banco de España le negó la posibilidad de continuar ejerciendo su cargo por considerarlo culpable del desaguisado y tuvo que retirarse discretamente por el foro. No obstante, se le permitió seguir como presidente de la Fundación de Caixa Galicia, con derecho a coche, chófer y seguridad privada. La poda del hasta entonces omnímodo poder afectó también a los dos hijos que figuraban en nómina como altos ejecutivos y hubieron de recoger sus cosas y marchar para casa cobrando la indemnización por despido improcedente. Las razones de la caída en desgracia (por decir algo) del señor Méndez nos las deberían explicar el Banco de España y el presidente de la Xunta de Galicia por la decisiva responsabilidad institucional que desempeñaron en todo este proceso. A no ser que, uno y otro intenten salvar la cara, y algo más, de su gestión. Si la caja que presidía el señor Méndez había llegado a una práctica situación de insolvencia por una dirección aventurada, deberían haberla puesto de relieve para no aparecer como presuntos cómplices de ella. Por lo demás, la trayectoria del señor Méndez no deja de ser tan sorprendente como aleccionadora. En los felices tiempos de la abundancia, cuando los perros se ataban con longaniza, entró a formar parte del selecto grupo de elegidos por la fortuna que cortaban todo el bacalao disponible en la ciudad donde resido. Viajaba en avión privado con el influyente editor a ver los partidos de fútbol de su interés, daba grandes fiestas, y organizaba pases, también rigurosamente privados, en los preestrenos de las óperas que ayudaba a financiar. Todo lo que tocaba parecía convertirse en oro, como en el sueño del alquimista feliz. De hecho, en alguna prensa adicta se le acabó llamando el rubio de oro. El exceso de halagos y la visión del mundo desde el palco de invitados produce ilusiones ópticas engañosas. Y lo que comenzó siendo una carrera profesional concienzuda y bien trabajada acabó por convertirse en un delirio financiero. No es el único caso. El país es abundante en esa clase de fenómenos. La última vez que lo vi por la calle llevaba un elegante abrigo de color rosa.