Los principales perjudicados de un tecnicismo descontrolado e independiente son tanto la naturaleza como el propio hombre y, a medida que las técnicas se hacen más complejas, ambos van perdiendo relevancia. Por otra parte, una mentalidad economicista, cada vez más preponderante, sigue considerando a la naturaleza como un mero instrumento al servicio de la producción; por eso las reivindicaciones ecológicas tienen acertado fundamento, en la medida que exigen del hombre que modifique estos criterios. No se trata de una mera condena de la técnica avanzada en defensa del medio natural, sino de reconocer que la naturaleza tiene finalidad en sí misma y una armonía concreta que debe respetarse; porque beneficia tanto a ésta como al propio ser humano.

El planteamiento ecologista se presenta desde cuatro aspectos diferentes: el técnico-científico para buscar soluciones que no sean perjudiciales; el económico para aplicarlas en las cadenas productivas y con ello conseguir un desarrollo sostenible; el normativo para garantizar su correcta aplicación y un uso adecuado de los recursos naturales; y, finalmente, un plano político que incluya en los programas de gobierno la solución a los problemas que plantea el desarrollo. También hay una dimensión ética que busca una formulación correcta en nuestra relación con el entorno, de manera que al tomar conciencia del riesgo que conlleva el tecnicismo ilimitado, se sustituyan una serie de valores culturales y pautas de comportamiento: basura por reciclaje, cantidad por calidad, explotación por administración, consumismo por consumo moderado, agresividad por observación, oposición por complementariedad y otros similares, tratando de incorporar criterios de actuación diferentes de los de la competencia salvaje y el individualismo insolidario.

Una de las ideas ecológicas más atractivas es la recuperación de los ritmos naturales pues, para que sea verdaderamente humana, la vida debe estar en armonía con ella misma y con el medio natural, lo cual puede lograrse con una sincronización entre los ritmos humanos y los ritmos naturales, evitando, en lo posible, algunas situaciones patológicas actuales, como la prisa continuada y sin motivo y el ruido que padece nuestra sociedad, recuperando algo del sosiego y del silencio necesarios.

Aunque a veces se presenta al ser humano como un elemento que forma parte del entorno global, debemos tener claro que el hombre no es un mera pieza del medio natural como interpreta la deep ecology, que, despojando al hombre de sus prerrogativas, ha llegado a preferir la dignidad de una mascota a la de un recién nacido o a la de un anciano discapacitado, porque su grado de autoconsciencia sea mayor. Frente a estas posturas absurdas hay que considerar una actitud moral que reconoce al ser humano un valor como persona que mejora por sí mismo y, también, perfecciona el medio natural del que forma parte activa. Además la religión cristiana tiene mucho que ver con la ecología y con el respeto a la dignidad de las personas, pues la sagrada escritura nos recuerda, en numerosas ocasiones, que toda la creación es hechura divina y los valores que hay en ella son un reflejo de Dios, por eso el respeto a la naturaleza es una vía aceptable para llegar al amor divino. Quien tome el universo como una simple materia sin ninguna consideración al creador tendrá muchos menos motivos para respetar las cosas y así cualquier actuación, incluso la destructiva, podría justificarse como una etapa más en el ciclo evolutivo del hombre. Por eso una actitud benevolente hacia la naturaleza y hacia el propio ser humano nos exige considerarlos como algo ordenado hacia unos fines; como un conjunto a través del cual se adivina al mismo Dios.