Nadie discute que los partidos son imprescindibles pero nadie puede afirmar que unas siglas concretas lo sean. Ni siquiera del PSOE puede decirse. En Italia desaparecieron hace tiempo tres partidos clásicos y la vida sigue. Si los socialistas se instalan en una combinación perversa de buscar las responsabilidades en la luna y de reducir el debate a un par de cosas, pueden anclarse en el entorno de los cien escaños durante unos años para ir languideciendo después y deslizándose por la pendiente hacia el olvido. Cuatro millones trescientos mil votantes de 2004 y 2008 han pensado ahora que votarlos era inútil, cuando menos, si no un estorbo para mejorar las cosas. Dan la impresión de haber recibido un tirón de orejas cuando han llevado una paliza.

Se puede discutir cuanto se quiera sobre la conveniencia y el grado de profesionalidad de los dirigentes, pero lo que debiera ser un axioma democrático es que cuando los cabezas de cartel en unas elecciones pierden por goleada, han de marcharse. Y con más razón si pertenecían al gobierno clamorosamente derrotado. No se trata de pasar al banquillo por una derrota como hicieron, y ahora pagan, los socialistas gallegos con Pérez Touriño sin haber perdido más que veinticinco mil votos y ningún escaño, o como intentaron algunos populares con Rajoy en 2008 pese a subir en votos y en escaños. Se trata de que quien fue todopoderoso vicepresidente y candidato vitoreado por sus leales, quien impidió las primarias y saltó a la plaza al grito de ¡dejadme sólo!, no puede sin solución de continuidad pasar del fracaso estrepitoso a reclamar la portavocía del partido, dejando además astutamente abierta la puerta a dirigir el partido hasta las próximas elecciones y ser su candidato. Rubalcaba debió irse la misma noche del 20 N y no haberlo hecho es retorcer una regla de oro no escrita de las democracias y sagrada para la izquierda. Seguir dos semanas después en el puesto principal con la intención de no dejarlo es una trampa se mire por donde se mire. Y si me apuran lo correcto sería dejar el escaño. ¿Qué le va a decir a Rajoy en el discurso de investidura, que ha ocultado en la campaña su programa de gobierno? Si es así, Rajoy no debería molestarse en responderle, bastaría con mostrarle los resultados del 20N. Y lo mismo vale para los ministros cabezas de lista perdedores todos ellos en sus circunscripciones. Blanco, Caamaño, Trinidad Jiménez, Chacón y Pajín son corresponsables en grado máximo del fracaso político y electoral y deben acompañar a Rubalcaba.

Los socialistas tienen gente suficiente y procedimientos eficaces como para que la marcha de los ilustres estrepitosamente derrotados no provoque un cataclismo en el partido. De momento tienen tiempo por delante y eso es una ventaja. No hay razones de urgencia que impidan cambiar dirigentes y mantener intactas ideas y alianzas equivocadas. ¿Puede saldarse lo ocurrido sin revisar en profundidad, pongo por caso, la política territorial del PSOE? No se trata del zarzuelero viva España que emociona a Bono sino de algo más complicado y que conoce bien, no en vano la comunidad que presidió tiene las deudas que tiene. Las comunidades han hecho saltar la banca y es necesaria una rectificación importante de sus competencias y obligaciones. ¿Se van a sumar los socialistas al PP en esa tarea o van a esperar a perder en Andalucía para encabezar luego una oposición frontal de la mano de localistas y nacionalistas a cuanto proponga Rajoy?

Tras lo dicho, no debería ser necesario reiterar una vez más que necesitamos una oposición solvente que nos dé la seguridad de que para 2015 habrá una alternativa real al gobierno popular. Por si acaso, dicho queda.