Un mes antes de las últimas elecciones municipales, en abril del año pasado, el entonces alcalde, Javier Losada, recibía a la directiva de la Federación de Asociaciones de Vecinos, cuyos presidentes han sido desde la época de Francisco Vázquez proclives a los planteamientos del PSOE. Un mes después de la toma de posesión, el nuevo alcalde, Carlos Negreira, repetía el encuentro con el movimiento vecinal coruñés, pero en esta ocasión los interlocutores eran los directivos de una segunda federación vecinal, Salvador de Madariaga, más proclive a los planteamientos del PP. Salvo algunas excepciones, el movimiento vecinal de A Coruña habla desde hace algunos años con dos voces que suelen corresponderse con planteamientos encuadrados en posiciones afines a las dos principales siglas políticas.

No hay nada de particular y menos de irregular, faltaría más, en que el movimiento vecinal sea permeable a los postulados de los principales partidos políticos implantados en la ciudad. Lo paradójico, origen de un enconado debate ciudadano en estos momentos, es la duplicidad de asociaciones que se está produciendo en los barrios coruñeses.

Un ejemplo de esta bipolaridad vecinal es la salomónica y polémica decisión a la que se vio obligado hace unos días el Ayuntamiento en la composición del nuevo Consejo Escolar de A Coruña. El Gobierno local, tras prescindir en un primer momento de la presidenta de la Federación de Asociaciones de Vecinos, Luisa Varela, acabó por repescarla pero nombró en el órgano educativo a un segundo representante, Juan Chas, presidente de la otra federación, Salvador de Madariaga, para equilibrar políticamente la representación.

La estrecha vinculación de los líderes vecinales coruñeses a partidos políticos se inició con Francisco Vázquez, que tuvo en sus primeros años de poder en María Pita a la Federación de Vecinos creada en 1976 como principal opositor a sus faraónicos proyectos urbanísticos, habida cuenta de la débil oposición que planteaba entonces el PP en la política local coruñesa. La labor de zapa de Vázquez, muy criticado por los pioneros dirigentes de la Federación de Vecinos como Marcelino Liste o Carlos Castro, acabó por imponer a un presidente, José Antonio Folgueira, cuya militancia política era notoria, al formar parte de la ejecutiva local del PSOE. El tácito apoyo prestado por el PP a Vázquez en la política local coruñesa comienza a cambiar en 2003 con Corcoba, que se plantea ya la lucha por la Alcaldía y ve en el movimiento vecinal una herramienta con la que dotarse al igual que sus rivales. El PP apoyará entonces la creación de una nueva federación vecinal, Salvador de Madariaga, presidida por Juan Chas, que nunca fue recibido oficialmente en la Alcaldía hasta la llegada de Negreira. El actual alcalde sí recibió sin embargo a la presidenta de la Federación de Vecinos, Luisa Varela, aunque un mes más tarde que a Chas.

El complejo mapa político del movimiento vecinal coruñés se completa con la influencia ejercida por el BNG en un sector minoritario de la Federación de Vecinos, que mantuvo tensas relaciones con la presidenta Varela por cuestiones como el topónimo y que ha marcado aún una mayor distancia desde el final del bipartito municipal.

Esta dependencia partidaria ha restado vitalidad al movimiento vecinal coruñés, cuya asignatura pendiente desde hace años es desterrar el intervencionismo inaugurado por Francisco Vázquez. Y ha abierto además una brecha de desencanto que propicia el nacimiento de otras iniciativas de activismo vecinal más individualizado en las redes sociales. Los propios dirigentes de las asociaciones de vecinos, que han demandado públicamente en numerosas ocasiones una mayor participación ciudadana para evitar su debilidad, así como los partidos políticos, deben reflexionar sobre las negativas consecuencias que el traslado de su campo de batalla político al terreno de las asociaciones vecinales puede acarrear al futuro de un movimiento que es decisivo a la hora de vertebrar la ciudad y defender los legítimos e inmediatos intereses de los coruñeses.